Como señala Irene Alonso Vaquerizo en su libro Ana y Mia no quieren ser princesas, algo tan aparentemente inocuo como comenzar una dieta puede ser el desencadenante de un trastorno alimentario. Veámoslo en sus propias palabras:
«Hacer dieta, sobre todo si no está monitorizada por un experto, favorece una mala regulación del organismo, y más aún si dura mucho tiempo y es muy restrictiva. No es lo mismo una dieta variada que incluya los alimentos básicos de la pirámide de alimentos, sin abusar de grasas, precocinados o bollería industrial, que otra que restrinja nutrientes.
Estar a dieta de forma habitual dificulta experimentar las
sensaciones de hambre y saciedad. Es decir, se altera la percepción de hambre
al aprender a ignorar las indicaciones del organismo. Todo ello produce gran
confusión en la persona, que empieza a preocuparse por lo que come y a temer
excederse. De forma menos intensa, es posible que cualquier persona que haya
estado a dieta un tiempo, aunque no padezca un TCA, haya podido experimentar
cierta confusión o alteración de sus sensaciones internas o haber temido
pasarse en la ingesta, aunque haya sido ligeramente.
Hacer dieta altera el set point o punto de ajuste del
mantenimiento del peso corporal. Es un punto de referencia que tienen las estructuras cerebrales encargadas
de la regulación de la ingesta y el peso corporal. En esta regulación influyen
diversos factores: genéticos, niveles de leptina (hormona segregada por los
adipocitos: células que almacenan grasa), actividad física (deporte y actividad
en general) y peso habitual (el que se mantiene durante la mayor parte de la
vida). Es decir, tendemos a mantener un peso. Algunos estudios sostienen que no
es posible cambiarlo mientras otros afirman que sí, aunque para ello será
necesario tiempo y adoptar nuevos hábitos que van más allá del mero hecho de
hacer dieta. El punto de ajuste es el responsable de que una persona, cuando
deja de hacer dieta, recupere el peso o incluso añada algún kilo más (lo que
suele llamarse «efecto rebote»). En cualquier caso, el inicio de una dieta no
es algo inocuo para el organismo y variar o eliminar la ingesta de ciertos
alimentos de forma excesiva, sin control experto y mantenido en el tiempo,
puede producir alteraciones en la persona a niveles físicos, emocionales,
cognitivos y sociales:
Riesgos físicos: descenso de la grasa
corporal y musculatura, trastornos gastrointestinales, pérdida de fuerza,
alteraciones en el sueño, dolores de cabeza, sensación de mareo, aumento del
frío corporal (en manos y pies), pérdida de cabello e incluso incremento de la
sensibilidad a la luz y al ruido, entre otros.
Problemas emocionales: apatía, tristeza, culpa y
cambios de ánimo, acompañados en ocasiones de irritabilidad y agresividad.
Alteraciones cognitivas: obsesión y preocupación
por la alimentación, dificultad para la concentración y el aprendizaje,
descenso de la comprensión y alteraciones en la capacidad para razonar.
Cambios sociales: descenso del interés en la
realización de actividades con otros y aislamiento.
Debo
recalcar que comenzar una dieta es el riesgo más directo e inmediato para
padecer anorexia. Los episodios de restricción también podrán dar paso a la
bulimia en la que, además de la reducción de la ingesta, aparecerán los
atracones».
Es preciso, por tanto, que presentemos atención a estas actitudes
a las que ninguno de nosotros somos ajenos. Por supuesto que las dietas pueden
ser muy beneficiosas e incluso imprescindibles en algunos casos, pero hay que
tener en cuenta que si no se llevan a cabo con un seguimiento adecuado pueden
producir alteraciones en nuestro organismo que es posible que lleguen a ser
irreversibles o, al menos, muy costosas de deshacer. No es cuestión de volverse
aprensivos, pero sí de no olvidar qué terreno estamos pisando.
Os recomendamos que podéis adquirir el libro Ana y Mia no quieren ser princesas. La cara oculta de los trastornos alimentarios sin gastos de envío en la web de Meridiano Editorial, pinchando aquí.
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