martes, 17 de enero de 2017

El móvil: la máquina de absorber el tiempo

Extractamos a continuación un texto del libro El mundo transparente, de la autora Sylvia Díaz-Montenegro sobre nuestro uso del móvil. Como podemos ver, nuestra autora sustenta ante su madre la tesis de que el móvil nos roba el tiempo —tesis que de alguna manera todos más o menos inconscientemente sospechamos o de la cual estamos profundamente convencidos—, apoyándola en la evidencia real, no por trivial menos contundente: «El móvil te roba el tiempo porque te lo llena de minucias». Pero además, la autora va mucho más allá en su reflexión y nos enfrenta a los profundos cambios que ha generado el móvil en nuestros comportamientos y en nuestras relaciones.

Transcribimos el texto de Sylvia:


Sylvia Díaz-Montenegro, El mundo transparente, mundo digital, tecnología, internet, personas mayores


«Tú, mamá, siempre estás protestando por vernos con el móvil en todas partes. La verdad es que a tu edad, aunque no la aparentes en absoluto, el móvil te divierte solamente un poco, justo cuando lo utilizas para llamar. Para ti, el móvil es un teléfono. Para cualquiera de los adictos, no: está muchísimo menos tiempo transmitiendo voz que datos.
Una cosa que te parece graciosísima es ver en un restaurante a un grupo de personas, o incluso una pareja disfrutando de una cena tête-à-tête, cada uno enfrascado en su pantallita. Es muy absurdo visto desde fuera, pero te tengo que confesar que a mí también me puede haber pasado. Me estoy poniendo colorada ahora mismo según lo escribo.
Pensando en por qué esto ocurre, que es una de las grandes ventajas de que las cosas te den vergüenza, he llegado a la conclusión de que se trata de varias cosas conjuntas:
La primera y más evidente es que el móvil es estupendo para poblar vacíos. Alguien con móvil tarda mucho más en enfadarse cuando espera: puede estar hablando con algunos, poniendo WhatsApp como si no hubiera un mañana, jugando al Tetris (un juego que no te enseño porque te quedarías hasta sin comer) o al Combine (ese es el que me tiene enganchada a mí), o incluso contestando correos. Total, un tiempo superproductivo.
El problema es que lo mismo que decimos para una sala de espera puede ser verdad para un atasco o un semáforo, y entonces se vuelve mucho más peligroso, porque cuando conduces lo primero y principal es conducir, que parece que no, pero llevas entre manos un coloso de alguna tonelada que puede matar en cuanto te descuidas. El problema es que, una vez empiezas a jugar al Tetris, ¿quién es el gracioso que para? Si solo me queda un momentito, de verdad… Y así.
Lo segundo y verdaderamente agresivo es que el móvil es una máquina de interrumpir. Lo miras para cualquier cosa y te encuentras con cinco mensajes esperándote: uno, completamente idiota e indeseado, de alguna de las empresas que te sirven, otro de la clase de los niños, otro más de los colegas de baloncesto, un cuarto de mi hermana, que nos invita a cenar, el quinto un chiste graciosísimo que, seguro, le enseño a quien cene conmigo… Y ahí la hemos liado, porque entonces él también mira su móvil y tiene otros seis mensajes o avisos y por cierto, te tengo que enseñar un vídeo que he recibido… Y ahí nos tienes, cenando alrededor de las interrupciones en lugar de hablar de nosotros, con calma, con silencios, con tiempo. El móvil te roba el tiempo porque te lo llena de minucias.
¿Y por qué dejamos que ocurra? Lo creas o no, yo ya soy cuidadosísima con lo que me interrumpe: ninguno de los mensajes tiene sonido, ninguno puede invadirme la pantalla. Pero aun así... Tus nietos viven en un mundo lleno de estímulos constantes y parecen no tener nunca un momento para la reflexión. Incluso leer se está convirtiendo en un anacronismo y Twitter demuestra que 140 caracteres bastan para lo que esta civilización considera un mensaje.
La conclusión a la que llegan algunos pensadores es que hay un problema con el aprendizaje, con la reflexión, con la profundidad, con la elaboración de conocimiento cuando no dejamos tiempo suficiente para que se elaboren las cosas. Necesitamos entonces excusas para el tiempo sin interrupciones: el deporte como momento de soledad, que aun así llenamos de música, o las reuniones en las cuales se prohíbe el móvil. Miedo me da que pongan wifi en los aviones pero mucho me temo que cuando escribo esto ya es demasiado tarde… 
Lo tercero que se me ocurre es un poco más inquietante: cuando recibes mensajes de personas diferentes a la que tienes enfrente, no solo te tienes que enfrentar a la interrupción y a la reacción instintiva de contestar a un requerimiento. Me parece, además, que ese grupo que está lejos o esa persona que te escribe son una tentación en virtud únicamente de su falta de presencia. Es una conclusión arriesgada, pero, cuando le escribes a alguien, incluso en este mundo de microcartas, de repente ese alguien es tal como lo recuerdas, que es ligeramente diferente de como realmente es y casi siempre mejor. 
Estamos de acuerdo en que el amor por alguien, incluso el afecto real, no puede darse sin piel de por medio, sin llegar a conocerse de cerca y vivir cosas buenas y malas, sin compartir la realidad y gestionarla juntos. La realidad está llena de aristas, y estar cerca de alguien significa compartirlas, algo que muchas veces es incómodo y alguna vez doloroso. De hecho, algunas de ellas están causadas por la misma cercanía, de modo que lo más cómodo es la distancia: cada vez tenemos más tentaciones de instalarnos en la tranquilidad de la lejanía y dejarnos sobrepasar por las olas sucesivas de interrupciones.
Afortunadamente, la mayor parte de nosotros sabe que nada se parece a la sensación de cercanía que uno tiene con alguien querido que está físicamente cerca, esos escasos pero inefables momentos en los que se produce un oasis de silencio en el fragor de la vida y se percibe la increíble unicidad del otro. Dejar el móvil fuera de nuestro alcance es un ejercicio saludable y un esfuerzo necesario para que pueda aparecer un tiempo vacío sin el que no podemos llegar nunca a nada realmente interesante, ni en lo puramente intelectual ni, mucho menos aún, en lo personal.
Da miedo pensarlo, pero ninguno de nosotros está tan lejos de convertirse en una especie de hikikomori. ¡Glups!».

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