Inconscientemente,
tendemos a pensar que la sobredotación es un fenómeno que afecta exclusivamente
a la infancia y todo lo más a la adolescencia, que no hay adultos sobredotados.
Nada más falso que esto: el sobredotado lo es desde el principio hasta el final
de sus días. Por ello resulta tan importante la comprensión de estas personas,
puesto que la sobredotación, para bien y para mal, no les abandonará jamás. En
uno de los últimos capítulos de su libro ¿Hay alguien ahí?, Marta E. Rodríguez de la Torre nos propone cómo acompañar en sus
últimos días a un anciano sobredotado. Creemos que es un texto que merece la
pena leer.
«Lo más importante es
respetar su espacio físico y mental y sus tiempos de aceptación de la realidad
de que su fin se encuentra próximo, así como no juzgar ni tan siquiera valorar
el comportamiento caprichoso y a veces tiránico que se da en esta etapa de sus
vidas (y que refleja el recorte de habilidades de independencia), lo difícil
que les resulta manifestar que necesitan ayuda o que alguien atienda sus
necesidades emocionales, producto de la profunda soledad. Cualquier intromisión
en su criterio no será aceptada como algo positivo, sino como una manipulación
que pretende agriar el camino que solo con sus fuerzas e inteligencia él desea
recorrer, y también como un reconocimiento a la incapacidad que de siempre él
presupone que los demás contemplan sobre cómo es inhábil para gobernar su vida,
o no lo hace de la manera correcta. Es preciso (aunque nos resulten chocantes)
intentar entender sus últimas voluntades y respetarlas, a pesar de que no nos
parezcan las más adecuadas, y ser capaces de trascender a este legado dándoles
la mayor cantidad de afecto y procurando que no les falte nada de lo que les
pudiera gustar. Disponibilidad para acoger sin preguntar, para poder comprender
sus contradicciones y cambios de humor, para aguantar su incesante verborrea o
sus silencios cuajados de incertidumbres sobre lo que le preocupa, le duele o
asusta son medidas que no deben descuidarse en ningún momento durante esta
etapa de sus vidas, y que deben ejercitarse por parte de todas las personas que
se encuentren en su entorno.
Cuando transcurren varios
días hasta que tiene lugar el fatal desenlace, es frecuente, más que en otras
personas, que el anciano sobredotado muestre cambios bruscos de humor, aunque
no de opinión, y que rechace cualquier compañía para inmediatamente después
requerirla, porque esta contradicción se fundamenta en la lucha existente entre
su cabeza donde la razón y los procesos de su intrincada lógica le demandan
soledad para elaborar mentalmente los cambios que va a experimentar su cuerpo,
y el corazón, donde emocionalmente se siente perdido y muerto de miedo, pues
sabe tanto como siente que de la muerte no ha vuelto nadie, y además él tiene
—o suele creer que tiene— la certeza en la mayoría de los casos que después de
morir nada existe. Sus desafectos y afectos se manifiestan con mayor crudeza y
no suele aceptar el perdón de las personas que le han causado daño o que
simplemente no han aceptado sus diferencias, o de aquellas que, por el mero
hecho de ser sobredotado, le han hecho la vida imposible. Se puede mostrar
especialmente iracundo y violento contra cualquier forma de hipocresía o
convencionalismo social de quienes pretenden acallar sus conciencias
mostrándoles un acercamiento y afecto que muy pocas veces sienten y que, en la
mayoría de las ocasiones, puede encerrar un interés oculto, como el que se pone
de manifiesto por la herencia que pueda dejar. Con igual intensidad puede
mostrar su aprecio a quienes han comprendido sus circunstancias aunque no
siempre hayan entendido los rasgos de su naturaleza, y puede compartir algunas
de sus experiencias y conocimientos con gran lujo de detalles para que luego
puedan usarlas de manera productiva en sus vidas. Es preciso, por ello, contar
con la presencia de las personas que aún viven y que han representado algo significativo
y amable en sus vidas. También resulta oportuno proporcionarles el acercamiento
de personas que, conocedoras de los procesos sobre los que se circunscribe la
vida y la muerte, le ayuden a tomar la decisión sobre cómo quiere vivir su
muerte: sacerdotes, médicos, gente que ha superado un coma, personas que se
encuentran en cuidados paliativos etc., así como materiales escritos sobre
quienes ya han cruzado las puertas de la existencia: libros, documentación de
archivos, periódicos y revistas, material audiovisual. Esta intervención no
tiene que resultar en ningún momento intrusiva puesto que él es quien, si se
encuentra en pleno ejercicio de sus facultades mentales, debe posicionarse
sobre qué hacer, y debe morir sabiendo que se han tomado en consideración sus
últimas voluntades, ya que si cada uno es el que decide y resuelve su vida,
también decide y resuelve cómo desea morir.
Días
antes del deceso las personas mayores suelen sufrir una mejoría de sus
dolencias o un achaque que produce una claridad mental acusada que les permite
trabajar con el silencio y la palabra y prepararse, en cierta medida, para el
final. Los sobredotados viven esta etapa con especial intensidad y es común que
no se muestren muy habladores, pues necesitan ensamblar sus argumentos para
afrontar el trance y en estos momentos es cuando agradecen que no se les deje
solos. Si rechazan el consuelo de cualquier fe, no deben ser obligados ni
coaccionados mediante los mecanismos del miedo a aceptar lo que no están
dispuestos a hacer, o a adoptar un perfil creyente que va contra su conciencia
por contentar a sus allegados, y se debe evitar cualquier chantaje emocional al
respecto. Morir en paz es morir con dignidad y la tranquilidad de espíritu es
clave para afrontar este trance. ¿De qué nos vale que para agradar dé su
conformidad a determinados consuelos o se adscriba a las prácticas y preceptos
de una religión que no ha profesado o que ha rechazado por ser incompatible con
sus creencias o perfil cognitivo, si en su corazón posiblemente está
contraviniendo los preceptos de dicha religión o la está rechazando de pleno?
Sin lugar a dudas, comparto que la muerte duele a los allegados que sobreviven,
a los que guardan un recuerdo y a los que la falta del finado provoca una
necesidad, pero este dolor o sufrimiento (si el duelo se gestiona de manera
adecuada) puede ser soportable, aceptado e integrado como una de las realidades
inmutables de la vida. Pero sería bueno intentar apreciar —ya que no es posible
medir ni preguntar a nadie que haya pasado por él— cuál es el dolor que sufre
en los últimos momentos de su vida la persona a la que no se le permite morir
según sus convicciones o creencias, o a la que no se respeta su libertad de
conciencia para decidir cómo desea que sean sus últimos momentos. Resulta
comprensible en cierta manera que, una vez ocurrido el trance, puedan no
respetarse del todo las últimas voluntades sobre qué hacer con su cuerpo, quizá
porque los familiares no cuenten con los recursos emocionales o materiales para
cumplirlas como, por ejemplo, la incineración de un hijo. Desde luego, no
resulta de recibo no atender a los requerimientos de una persona adulta si se
encuentra en pleno dominio de sus facultades mentales. Morir para un
sobredotado es, en la mayoría de los casos, el punto y final, y no un punto y
seguido, y para concluir precisa que no lancemos más interrogantes al proceso
de su vida que los que su mente puede manejar».
Os recomendamos que podéis adquirir el libro ¿Hay alguien ahí? Luces y sombras de la sobredotación sin gastos de envío en la web de Meridiano Editorial, pinchando aquí.
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