martes, 17 de enero de 2017

Los sobredotados también mueren

Inconscientemente, tendemos a pensar que la sobredotación es un fenómeno que afecta exclusivamente a la infancia y todo lo más a la adolescencia, que no hay adultos sobredotados. Nada más falso que esto: el sobredotado lo es desde el principio hasta el final de sus días. Por ello resulta tan importante la comprensión de estas personas, puesto que la sobredotación, para bien y para mal, no les abandonará jamás. En uno de los últimos capítulos de su libro ¿Hay alguien ahí?, Marta E. Rodríguez de la Torre nos propone cómo acompañar en sus últimos días a un anciano sobredotado. Creemos que es un texto que merece la pena leer.



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«Lo más importante es respetar su espacio físico y mental y sus tiempos de aceptación de la realidad de que su fin se encuentra próximo, así como no juzgar ni tan siquiera valorar el comportamiento caprichoso y a veces tiránico que se da en esta etapa de sus vidas (y que refleja el recorte de habilidades de independencia), lo difícil que les resulta manifestar que necesitan ayuda o que alguien atienda sus necesidades emocionales, producto de la profunda soledad. Cualquier intromisión en su criterio no será aceptada como algo positivo, sino como una manipulación que pretende agriar el camino que solo con sus fuerzas e inteligencia él desea recorrer, y también como un reconocimiento a la incapacidad que de siempre él presupone que los demás contemplan sobre cómo es inhábil para gobernar su vida, o no lo hace de la manera correcta. Es preciso (aunque nos resulten chocantes) intentar entender sus últimas voluntades y respetarlas, a pesar de que no nos parezcan las más adecuadas, y ser capaces de trascender a este legado dándoles la mayor cantidad de afecto y procurando que no les falte nada de lo que les pudiera gustar. Disponibilidad para acoger sin preguntar, para poder comprender sus contradicciones y cambios de humor, para aguantar su incesante verborrea o sus silencios cuajados de incertidumbres sobre lo que le preocupa, le duele o asusta son medidas que no deben descuidarse en ningún momento durante esta etapa de sus vidas, y que deben ejercitarse por parte de todas las personas que se encuentren en su entorno.
Cuando transcurren varios días hasta que tiene lugar el fatal desenlace, es frecuente, más que en otras personas, que el anciano sobredotado muestre cambios bruscos de humor, aunque no de opinión, y que rechace cualquier compañía para inmediatamente después requerirla, porque esta contradicción se fundamenta en la lucha existente entre su cabeza donde la razón y los procesos de su intrincada lógica le demandan soledad para elaborar mentalmente los cambios que va a experimentar su cuerpo, y el corazón, donde emocionalmente se siente perdido y muerto de miedo, pues sabe tanto como siente que de la muerte no ha vuelto nadie, y además él tiene —o suele creer que tiene— la certeza en la mayoría de los casos que después de morir nada existe. Sus desafectos y afectos se manifiestan con mayor crudeza y no suele aceptar el perdón de las personas que le han causado daño o que simplemente no han aceptado sus diferencias, o de aquellas que, por el mero hecho de ser sobredotado, le han hecho la vida imposible. Se puede mostrar especialmente iracundo y violento contra cualquier forma de hipocresía o convencionalismo social de quienes pretenden acallar sus conciencias mostrándoles un acercamiento y afecto que muy pocas veces sienten y que, en la mayoría de las ocasiones, puede encerrar un interés oculto, como el que se pone de manifiesto por la herencia que pueda dejar. Con igual intensidad puede mostrar su aprecio a quienes han comprendido sus circunstancias aunque no siempre hayan entendido los rasgos de su naturaleza, y puede compartir algunas de sus experiencias y conocimientos con gran lujo de detalles para que luego puedan usarlas de manera productiva en sus vidas. Es preciso, por ello, contar con la presencia de las personas que aún viven y que han representado algo significativo y amable en sus vidas. También resulta oportuno proporcionarles el acercamiento de personas que, conocedoras de los procesos sobre los que se circunscribe la vida y la muerte, le ayuden a tomar la decisión sobre cómo quiere vivir su muerte: sacerdotes, médicos, gente que ha superado un coma, personas que se encuentran en cuidados paliativos etc., así como materiales escritos sobre quienes ya han cruzado las puertas de la existencia: libros, documentación de archivos, periódicos y revistas, material audiovisual. Esta intervención no tiene que resultar en ningún momento intrusiva puesto que él es quien, si se encuentra en pleno ejercicio de sus facultades mentales, debe posicionarse sobre qué hacer, y debe morir sabiendo que se han tomado en consideración sus últimas voluntades, ya que si cada uno es el que decide y resuelve su vida, también decide y resuelve cómo desea morir.

Días antes del deceso las personas mayores suelen sufrir una mejoría de sus dolencias o un achaque que produce una claridad mental acusada que les permite trabajar con el silencio y la palabra y prepararse, en cierta medida, para el final. Los sobredotados viven esta etapa con especial intensidad y es común que no se muestren muy habladores, pues necesitan ensamblar sus argumentos para afrontar el trance y en estos momentos es cuando agradecen que no se les deje solos. Si rechazan el consuelo de cualquier fe, no deben ser obligados ni coaccionados mediante los mecanismos del miedo a aceptar lo que no están dispuestos a hacer, o a adoptar un perfil creyente que va contra su conciencia por contentar a sus allegados, y se debe evitar cualquier chantaje emocional al respecto. Morir en paz es morir con dignidad y la tranquilidad de espíritu es clave para afrontar este trance. ¿De qué nos vale que para agradar dé su conformidad a determinados consuelos o se adscriba a las prácticas y preceptos de una religión que no ha profesado o que ha rechazado por ser incompatible con sus creencias o perfil cognitivo, si en su corazón posiblemente está contraviniendo los preceptos de dicha religión o la está rechazando de pleno? Sin lugar a dudas, comparto que la muerte duele a los allegados que sobreviven, a los que guardan un recuerdo y a los que la falta del finado provoca una necesidad, pero este dolor o sufrimiento (si el duelo se gestiona de manera adecuada) puede ser soportable, aceptado e integrado como una de las realidades inmutables de la vida. Pero sería bueno intentar apreciar —ya que no es posible medir ni preguntar a nadie que haya pasado por él— cuál es el dolor que sufre en los últimos momentos de su vida la persona a la que no se le permite morir según sus convicciones o creencias, o a la que no se respeta su libertad de conciencia para decidir cómo desea que sean sus últimos momentos. Resulta comprensible en cierta manera que, una vez ocurrido el trance, puedan no respetarse del todo las últimas voluntades sobre qué hacer con su cuerpo, quizá porque los familiares no cuenten con los recursos emocionales o materiales para cumplirlas como, por ejemplo, la incineración de un hijo. Desde luego, no resulta de recibo no atender a los requerimientos de una persona adulta si se encuentra en pleno dominio de sus facultades mentales. Morir para un sobredotado es, en la mayoría de los casos, el punto y final, y no un punto y seguido, y para concluir precisa que no lancemos más interrogantes al proceso de su vida que los que su mente puede manejar».

Os recomendamos que podéis adquirir el libro ¿Hay alguien ahí? Luces y sombras de la sobredotación sin gastos de envío en la web de Meridiano Editorial, pinchando aquí

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