Aunque parezca contradictorio, en el arte de la mnemotecnia también es preciso aprender a olvidar o, cuando menos, gestionar la memoria según nuestros deseos para evitar siquiera convertirnos en inmensos almacenes de datos caducados y, por tanto, carentes de sentido. Esto lo explica fantásticamente bien Luis Sebastián Pascual en su libro La pastilla verde, como veremos a continuación:
Olvidar
«¿Existe alguna fórmula que nos permita «borrar» las imágenes de nuestra memoria? Así podríamos reutilizar los lugares de una ruta indefinidamente sin temor a interferencias, es decir, sin que se nos pudieran confundir las imágenes viejas con las nuevas imágenes.
En un conocido artículo de Umberto Eco, el autor italiano razonaba, en oposición al arte de la memoria (ars memoriae), sobre la imposibilidad de desarrollar un arte del olvido (ars oblivionalis).
Los antiguos tratados del renacimiento aconsejaban, para que los datos viejos no interfiriesen con los nuevos, borrarlos imaginando los lugares vacíos, sin ninguna imagen asociada: "y para que esta figuración sea más sólida, podemos inventarnos a un hombre cualquiera que enfadado espanta las imágenes de todos los lugares".
Sin embargo, para Eco, "esta técnica permite a uno, no olvidar, sino recordar que quiere olvidar algo".
Lo más parecido a una técnica del olvido consistiría, explica Eco, en superponer a una imagen muchas otras lo más similares posibles hasta el punto de que, confundidos, no logrando acertar con la imagen correcta, nos viéramos incapaces de rememorar el dato solicitado. Sería como haberlo olvidado.
Pero esto, claro, más que olvidar consiste en inutilizar la memoria por saturación. Y ese extremo es precisamente el que tratamos de evitar.
El psicólogo Alexander Luria retrata en el libro Pequeño libro de una gran memoria la vida y milagros de Salomón Shereshevski, el hombre incapaz de olvidar y cuya excepcional memoria estudió durante casi treinta años.
En un momento dado, S —así se le nombra a lo largo del libro— decide sacar provecho a sus facultades y entra en el mundo del espectáculo haciendo exhibiciones de su prodigiosa memoria. En sus sesiones, uno de los juegos consistía en memorizar una larga cantidad de cifras anotadas en una pizarra, y solía dar varias sesiones en una misma tarde. Pero el temor de S no era que pudiera olvidar algún número, sino que al rememorar los números se confundiese con los de una sesión anterior.
Instintivamente dio con una solución muy parecida a la que aconsejan los antiguos tratados del renacimiento: "Tengo miedo de confundir las diversas sesiones. Por eso borro mentalmente la pizarra y la recubro de una película totalmente opaca e impenetrable…". Ahí está el hombre enfadado espantando los números fuera de la pizarra y dejándola limpia, lista para una nueva sesión.
Pero el truco no siempre daba buen resultado: "Y, sin embargo, tan pronto como me acerco a la pizarra, las cifras pueden aparecer de nuevo".
Por tanto, no habiendo una técnica segura que evite posibles interferencias, la mejor opción es "abandonar"» los lugares de la ruta durante un tiempo y dejar que el olvido lleve a cabo su natural trabajo de "limpieza".
El paciente de Luria, por cierto, habría evitado sus problemas —o los habría mitigado al menos— simplemente usando una pizarra distinta para cada sesión (una rota, otra cuadrada, otra sin marco, etc.) o incluso, aun con la misma pizarra, empleando en cada sesión un color de tiza diferente.
Disponiendo de varias pizarras, una para cada sesión, aquella de la esquina rota no volvería a utilizarla al menos hasta el día siguiente; aun cuando recordase todos los números puestos en ella, durante ese plazo de 24 horas ocurrirían suficientes cosas que aprovechar como referencia temporal. Cuando los números de la pizarra volviesen a su mente, ¿estos se propusieron antes o después de acostarse?, ¿antes o después del desayuno? Si fue antes, se trataría de los números de la sesión de ayer y podría distinguirlos de aquellos propuestos hoy.
Contar con varias pizarras habría sido como disponer de varias rutas que usar alternativamente. La cuestión es dejar transcurrir el tiempo suficiente para que, aun cuando al volver a la primera de las rutas sigan presentes muchas imágenes, podamos al menos distinguir las más viejas de las más recientes.
En todo caso, S dio finalmente con una solución eficaz, pero un tanto singular:
"Un día, era el 23 de abril, tuve tres sesiones seguidas. Estaba físicamente cansado y pensaba en la forma de llevar a cabo la cuarta sesión. Temía que se me apareciesen los cuadros de las tres anteriores… Era un problema terrible para mí… ¿Vería o no el primer cuadro?... Tengo miedo de que ocurra… Quiero que no aparezca… Y pensé: el cuadro ya no aparece y sé la razón: ¡yo no quiero que aparezca! ¡Ah!... 'Por consiguiente, si yo no quiero, no aparece'. Entonces todo radica en que tome conciencia de ello"».
Os recomendamos que podéis adquirir el libro La pastilla verde. Técnicas de memorización para mayores de 40 años sin gastos de envío en la web de Meridiano Editorial, pinchando aquí.
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