Luis Sebastián Pascual, en su libro sobre
mnemotecnia titulado La pastilla verde nos habla, como vimos en un post anterior, de técnicas para olvidar. Pero nosotros nos
preguntamos: en un contexto más amplio, ¿puede ser bueno olvidar? Marta Eugenia Rodríguez de la Torre, autora de ¿Hay alguien ahí?, respondía a esta
pregunta en su libro Todo
sobre el cerebro y la mente:
«Aprender a olvidar es tan
importante como aprender a recordar.
En capítulos anteriores
hemos comentado los mecanismos de la memoria, del olvido, de la recuperación de
información y de la actualización de los recuerdos. Pero con el cumplimiento de
los años es tan importante aprender a recordar como aprender a olvidar y, de
hecho, como veremos, la producción de determinadas enfermedades mentales como
las demencias y, en concreto, el alzheimer tienen su razón de ser en la basura
mental que acumulamos como consecuencia de una gestión incorrecta de la
información o, mejor dicho, porque no nos hemos ocupado de realizar funciones
de olvido que nos permitan deshacernos de todos los datos que no tienen
utilidad y, en especial, de aquellos que nos resultan dañinos y que han
propiciado o pueden propiciar desajustes mentales, como las fobias, las manías
o aquello que puede condicionar de manera desproporcionada una prevención
exagerada en los contactos sociales, en los nuevos aprendizajes o en las fases
de crecimiento en las que se encuentra implicada nuestra evolución
personal.
En el desencadenamiento de
los factores de olvido es preciso tomar en consideración los factores
emocionales, pues una inadecuada gestión de lo que sentimos, un silencio
acusador de lo que padecemos, un odio visceral enquistado en el rencor y en la
posibilidad de una futura venganza propician que la persona concentre sus
energías en lo negativo y se cierre a lo positivo, o que viva su vida en
función de otros en vez de sus propios intereses, tal vez porque nunca se ha
ocupado de ellos, de sus necesidades reales, quizá no sabe o no puede
apreciarlas, o de la interelación saludable con las personas con las que
convive, porque a lo mejor sólo las utiliza en beneficio propio, lo que a la
larga influye en su pérdida o en su instrumentalización.
Es preciso aprender a pasar
página y a vivir el tiempo que nos toca sin extender las connotaciones del
pasado más allá de la experiencia que nunca puede condicionar el aprendizaje,
sino más bien amparar el correcto desenvolvimiento de unas pautas en unas
condiciones favorecedoras. A veces no es fácil superar viejas heridas, sobre
todo cuando la situación presente no resulta del todo favorable, pero es
preciso conocer que sólo en la medida en que tomemos el timón de la existencia
podemos variar el rumbo e, incluso, llegar a conclusiones que si bien es cierto
que en un primer momento ni siquiera habíamos sospechado, no es menos verdad
que resultan más positivas de lo que podamos pensar.
En este proceso, y aunque conforme pasan los años puede resultar más difícil, es preciso que realicemos, cuanto menos con periodicidad mensual, un listado de lo que realmente queremos acumular en nuestra memoria como consecuencia de los aprendizajes y capacitaciones en que nos encontramos inmersos; otro, de aquellos datos que ya no nos sirven para nada; un tercero, de las emociones, vivencias y sensaciones que construyen nuestra propia identidad y que queremos preservar y, otro, de aquellas que nos han dañado y cuyo recuerdo sólo es útil para causarnos malestar y condicionar de manera negativa nuestra apreciación de las cosas y nuestra relación con las personas.
Con las anotaciones que
hemos decidido olvidar es oportuna la realización de ejercicios mentales de
evitación para que nuestra mente se acostumbre a controlar lo que queremos y lo
que desechamos, y para que el protagonismo en la aceptación o rechazo de una
información refuerce los mecanismos de la voluntad y a ellos, salvo patologías,
sujete la articulación de la memoria.
En este proceso y en
consonancia con Séneca, es preciso anotar que sólo lo que se conoce condiciona
lo que se es y, por tanto, en la medida que somos capaces de apartar de nuestra
identidad lo que no queremos, estamos condicionando su influencia sobre
nuestras vidas y propiciando su desaparición. De esta manera, damos paso con
más fuerza a lo que queremos recordar, guardamos con mayor bienestar lo que
consideramos patrimonio de nuestro yo y propiciamos una agilidad más acusada en
cualquier aprendizaje.
La amnesia selectiva, sin
lugar a dudas, es saludable, puesto que refuerza patrones cognoscitivos, deja
espacio para acumular datos, experiencias, emociones y sensaciones beneficiosas
y, sobre todo, recupera del pasado sólo aquello que deseamos que nos acompañe
el resto de nuestra vida».
Os recomendamos que podéis adquirir el libro La pastilla verde. Técnicas de memorización para mayores de 40 años sin gastos de envío en la web de Meridiano Editorial, pinchando aquí.
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