Este texto está está extraído de uno
de los capítulos del libro Tranquilos, que yo controlo. Manual de conducción para gente de bien, de Javier Costas Franco. No necesita más
comentario.
«Nunca conocí a Helena, por lo que todo lo que sé de ella es a través de lo que contó su madre, Flor Zapata. Helena era una chica normal, tenía veinte años, pareja, estudiaba una carrera con beca Erasmus y estaba pasando unos días en España antes de volver a Holanda. La tarde del 17 de abril de 2005 volvía de la sierra madrileña con Álvaro, su novio, al volante de un viejo Renault Clio, pero nunca llegó a su casa de Alcobendas. Un coche descontrolado con un borracho al volante chocó contra el suyo a gran velocidad, acabando con ella en el acto. Álvaro sobrevivió de milagro. Si vieses cómo quedó el coche…
El homicida de Helena era un
militar que había estado toda la noche sin dormir, de guardia, y al terminar su
turno estuvo tomando copas en la cantina durante varias horas. Cómo iría de
cocido que en vez de adelantar al coche de Helena lo embistió —como si no
estuviese ahí— y lanzó al Clio por encima de los guardarraíles. Fue
una combinación de todo: iba demasiado rápido, demasiado bebido, con prisa… y
no se había dado cuenta de que no estaba en condiciones para conducir ni un
coche de juguete. Helena tuvo la mala suerte de estar ahí, sin tener culpa de
nada. Aunque el sujeto en cuestión fue a la cárcel un tiempo,
el daño que provocó es irreparable.
Helena era hija única, sus
padres quedaron destrozados y Álvaro perdió a su futura mujer. Te daré un dato
un poco escalofriante: el anillo de compromiso de Helena estaba doblado.
Podemos imaginar que cuando impactó el bólido contra el Clio, Helena apretaría
el volante con todas sus fuerzas intentando agarrarse a la vida, pero se le
escapó. Su verdugo dio positivo en alcoholemia, 4,5 veces por encima del
límite. Su abogado dijo en su defensa que los etilómetros estaban mal calibrados
y que solo había tomado «cuatro cervezas». A lo mejor eran cuatro cervezas de
litro, por lo menos (...).
(...) Han pasado más de diez años de aquello y la madre de Helena, Flor Zapata, sigue escribiendo en internet para remover conciencias. Si lees su blog Quiero conducir, quiero vivir, se te quitarán las ganas de por vida de conducir tras haber bebido, a nada que tengas un mínimo de empatía.
Detrás de cada vida que se
va por culpa del alcohol o las drogas siempre hay una historia, una familia,
amigos, pareja… un efecto dominó. Sé que poca gente se levanta con el propósito
de ser un homicida y seguro que más de un inconsciente ha llorado mucho y
pedido perdón millones de veces por lo que ya no es reversible. Nada de eso
cambiará las cosas. Hay que actuar antes y prevenir.
Cada vez que vayas a
conducir contéstate con toda sinceridad: ¿realmente estás en condiciones de
conducir o puedes esperar unas horitas o la noche entera? Mi definición de
"ir bien" es poder conducir como si estuviese totalmente sobrio, es
decir, no notar que algo no va bien. Pero los expertos van más allá y coinciden
en que no es igual conducir sobrio que dentro del límite tolerado, porque el
riesgo es superior al empezar a verse afectado el organismo (otra cosa es darse
cuenta de ello).
Puedes intentar engañar a
cualquiera, pero no a ti mismo. Eres adulto, mayorcito, responsable de tus
actos, así que pregúntate si estarías dispuesto a cargar un muerto sobre tu
conciencia. Hay chicos que en una noche loca, volviendo de unas fiestas o una
discoteca, se han cargado a todos sus pasajeros al chocar contra un árbol, la
mediana, un camión… y tienen el resto de su vida para cumplir la durísima
penitencia.
Dejo lo siguiente para la
reflexión colectiva: según los datos del Instituto Nacional de Toxicología y
Ciencias Forenses, el 29% de los conductores y el 21% de los peatones que
fallecieron en 2015 en accidentes de tráfico superaron los límites de alcohol
en sangre tras un análisis forense. Habría que añadir a estos datos las
víctimas que pasarían esos análisis con tasas de 0,0, como Helena Castillo
Zapata».
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