martes, 29 de noviembre de 2016

La vergüenza en el mundo digital (el cyberbullying)

Como hemos comentado en otras ocasiones, el mundo digital que tan magistralmente nos describe Sylvia Díaz-Montenegro en su libro El mundo transparente. Un paseo con mi madre por el universo digital, es un mundo nuevo. Eso significa que nunca antes existió nada parecido, que lo estamos creando entre todos y que se está transformando cada día. Pero mucho más que cualquier otro mundo nuevo anterior —para los europeos América fue nuestro último nuevo mundo conocido—, el mundo digital tiene la capacidad de transformar radicalmente nuestra vida. Esas transformaciones, por lo demás, son muy rápidas, a veces imprevisibles, en algunos casos estupendas y en otros verdaderamente desastrosas. Pero lo importante es precisamente no olvidar que aunque estemos ante un mundo digital, los «cacharritos» electrónicos son lo menos importante de él. Porque detrás de esos cacharritos a menudo sigue habiendo personas, es decir, sentimientos, y a veces parecemos olvidarlo. Ahora que es tan fácil destruir la reputación de alguien tecleando unas cuantas palabras envenenadas y enviándolas al ciberespacio, resulta más necesario que nunca establecer un nuevo código moral para desenvolvernos con cordura en este mundo. Si queremos sobrevivir a la era digital, paradójicamente tendremos que ser humanos, lo que implica ser éticos. Sylvia Díaz-Montenegro lo explica claramente en el capítulo de su libro dedicado al ciberbullying, algo que con demasiada frecuencia y con escasa conciencia practicamos.

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El  caso Monica Lewinsky  


«Tanto tú como yo, mamá, hemos entrado en algún restaurante elegantísimo, un día de mucho compromiso, con un tomate en la media negra del que no nos habíamos dado cuenta. No sé si exactamente así, pero algún caso parecido seguro que le ha ocurrido a cualquier mujer de cierta edad. Es cuestión de probabilidad. Ese día, al darnos cuenta, pasamos una vergüenza mortal. Un ratito. Una semana después lo habíamos olvidado, con mucho esfuerzo. A lo mejor algún imprudente te lo recordaba en un momento dado, pero solo era momentáneo.
En lo digital, la memoria es mucho más larga. Para empezar, todo el mundo a tu alrededor lleva una cámara de enorme precisión. Todo el mundo a tu alrededor puede grabar un vídeo en cualquier momento. Todo el mundo a tu alrededor está conectado a internet, a Facebook, a YouTube y le puede parecer divertidísimo compartir cómo entraste con ese tomate en la pantorrilla. El alcance se convierte en amplísimo. En el mundo digital, te puedo poner en la picota y mantenerte allí para siempre.
En el ejemplo que te he puesto, ese tomate es la razón de la burla. Los humanos sabemos que en realidad ni siquiera hace falta una razón. Ser objeto de burla o crítica depende solo de la intención que tenga el que se burla o critica, y nunca de qué ha hecho el criticado.
Los sentimientos de compasión, entendiendo por compasión el cariño que hace que uno no se ensañe con otro, no se producen con facilidad, posiblemente porque no se puede ver el daño que se hace al que ha sido atacado. También he leído la opinión de que nuestra propia importancia ha crecido tanto, en este mundo de satisfacciones inmediatas, que ya no somos capaces de imaginar cómo se siente el otro. Sea como sea, al no existir el freno de la compasión, esos linchamientos, a veces tremendos de ver, pueden ser muy intensos y multiplicarse en el tiempo, porque la información tiene mayor alcance y existe menos cercanía con las personas.
Ese efecto de avergonzar, o incluso de amenazar, en el mundo digital se llama bullying, de toro —bull en inglés—; pero de toro que ataca, no de toro al que se torea. Es un poco desconsolador volver a ver cómo, si nos descuidamos, los mensajes que florecen con más facilidad son los mismos que en toda la historia: la cólera, la crítica y la burla. A cambio, también lo hacen los chistes; y también las grandes oleadas momentáneas de compasión a todo un grupo, a toda una categoría de víctimas, pero es que seguimos siendo humanos, capaces de lo mejor y de lo menos bueno.
Sin embargo, en el mundo digital está el problema añadido de la falta real de cercanía, y no se ve el daño que se hace. El que está herido ni siquiera se manifiesta en las redes donde se le ataca, así que el escarnio no se ve y nada frena el linchamiento, cuando en el mundo físico sí cabría la posibilidad de que ocurriera, aunque sabemos que tampoco es siempre así.
En general, sin pensar en los comportamientos extremos de ataque personal, avergonzar es la manera que tenemos de hacer que alguien recapacite sobre un comportamiento que no nos gusta; deja de ser útil cuando el otro está avergonzado, porque ya siente pena por su comportamiento. Eso es lo que de toda la vida se ha llamado contrición y que las sociedades han utilizado para evitar comportamientos juzgados como nocivos. En el mundo digital, los avergonzados no están. No aparecen. No se atreven. Eso sí, el escándalo sigue vivo siempre, porque cualquiera puede volver a encontrar cuando quiera todo el material del escarnio.
Cuando se piensa en Monica Lewinsky, es escalofriante el infinito desprecio en el que ha vivido esta mujer; con veintidós años cometió un error que muchas jóvenes han cometido desde que el mundo es mundo. La pobre se enamoró de un señor casado, lleno de carisma y poder, para el que trabajaba. Me da casi lo mismo que se enamorara o no, el error es el mismo porque esta mujer sigue avergonzada a día de hoy, 20 años después.
Es cierto que tuvo la mala suerte de enamorarse del presidente de los Estados Unidos, y también de ser el primer gran escándalo de la época digital, pero la cosa es que ahí sigue, vivo y cruel como el primer día, o casi, sobre todo para ella y su familia. Todos han quedado para siempre avergonzados y cuesta pensar cómo podría esa mujer volver a una vida normal de adulto. De nuevo, me es indiferente que se haga rica con sus memorias.
Hay mecanismos que aún no están instalados en el mundo digital, como el de la caridad, el olvido o el respeto de las minorías, que es todo lo mismo. Es verdad que en el mundo físico tardaron miles de años en instalarse. Tenemos ahí un mundo nuevecito con muchos de los fallos, otra vez, del mundo físico y quizás de todo mundo humano».


Como dice Sylvia Díaz-Montenegroconviene que pensemos en dónde nos estamos metiendo y si quizás nos convendría cambiar ciertas actitudes, al menos a aquellos que tengamos un mínimo de buena entraña.

Os recomendamos que podéis adquirir el libro El mundo transparente. Un paseo con mi madre por el universo digital sin gastos de envío en la web de Meridiano Editorial, pinchando aquí

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