lunes, 30 de enero de 2017

Contra los TCA: iniciar conversaciones

Ante la sospecha de la existencia de un trastorno alimentario, la psicóloga Irene Alonso Vaquerizo nos sugiere en su libro Ana y Mia no quieren ser princesas como ayuda a familiares y personas cercanas al afectado que, entre otras cosas, iniciemos conversaciones con este. Para ello nos da los siguientes consejos: 

«Puedes abordar este tema directamente, pero ten en cuenta que a veces no tendrá el efecto esperado. Una de las quejas más frecuentes de las personas cercanas al afectado, ya sea adolescente o adulto, es la dificultad para hablar del problema. La persona se suele mostrar esquiva, molesta o sorprendida, lo que genera mucha frustración y enfado en los cercanos. Voy a utilizar un ejemplo que seguro que todos podemos entender: para muchas personas es incómodo hablar de sus problemas aunque sea con su madre o pareja y esa resistencia se incrementa si la persona que saca el tema lo desconoce por completo, haciendo imposible ponerse en lugar del otro. Para hablar del tema podrá ayudarte observar la conducta de la persona e informarte de lo que puede estar pasando a través de libros o especialistas. Antes de abordar el tema hemos de preparar el terreno, prestar atención a como está la comunicación con el afectado. Si esta se halla en un buen momento podrás abordar la cuestión, para ello la información previa puede ser positiva. Sin embargo, hay que tener en cuenta que es bastante frecuente cuando aparece un problema de este tipo que las relaciones se tensen y crispen. Por tanto lo primero es favorecer la comunicación. ¿Cómo se hace eso? Pues con mucha paciencia y buena voluntad y sin perder el objetivo, que es ayudar al otro. Comienza por hablar de cualquier actividad común o de interés de la persona. Trata de desbloquear la situación, acércate con una atención sincera al otro. Una vez restablecida la comunicación, podréis expresar o comentar vuestras observaciones utilizando frases del tipo: "Hace tiempo que te noto nerviosa", "Te veo agobiado y descansas poco", "Te noto triste", "¿Sabes qué te pasa?", "¿Qué te preocupa?"... Es decir, comentar aquello que observes diferente en su actitud o en su comportamiento. Como verás no estoy diciendo nada respecto a la alimentación, la imagen corporal o el deporte. Estas manifestaciones, sobre todo cuando la comunicación no es buena, es mejor no abordarlas al principio de la conversación o en la primera charla, ya que sin duda habrá muchas más. No lo considero positivo por tres motivos:


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Primero
Lo que vemos desde fuera no es el problema. Las alteraciones con la comida, el peso, la imagen, etc..., solo son la punta del iceberg. Estas actitudes no son el centro de la cuestión, sino que este lo constituye el sufrimiento emocional. No darse cuenta de esto sería como regañar a alguien porque sus notas han bajado cuando resulta que tiene un problema de vista y no ve la pizarra. Además, predispone a la persona en contra, puesto que el trastorno es la única forma que ha encontrado para hallar la calma ante su malestar interno (ansiedad u otras emociones). En definitiva, es como querer parar los síntomas de una infección con analgésicos sin prestar atención a lo que la produjo. Aunque no sepamos su origen, sabemos que eso no cura, que solo quita el dolor.

Segundo
La insistencia a hablar de comida solo genera distanciamiento. Es posible que anteriormente ya se hayan hecho muchas referencias a la alimentación o al ejercicio, sin ningún resultado positivo. Del mismo modo tampoco recomiendo decir frases del tipo: "Ya sé lo que te pasa, tienes anorexia", "Comiendo así te vas a meter en un problema"... Recordemos que el problema es emocional, aunque ello pueda llevar a consecuencias físicas que, desde luego, habrán de considerarse en el tratamiento. Recuerda que tú no eres el experto, eres una persona de la confianza del afectado que pretende comunicar su preocupación y dar apoyo en el proceso.

Tercero:
Es preciso conocer la fase de conciencia en la que se encuentra el afectado, (es decir, la comprensión que tiene este de lo que le pasa). La conversación variará según la aceptación que el mismo tenga del problema y sus ganas de cambiar. 

En resumen, es posible que el afectado piense que no le sucede nada, que lo puede controlar, que no desea cambiar o bien que tenga miedo a no poder hacerlo... Es bastante frecuente que la persona no esté preparada para escuchar que eso que le sucede tiene un nombre. Por tanto, dado que tu interés primordial es acercarte para expresar tu preocupación, ayudar a que tome conciencia de su situación y generar un movimiento en el otro, utiliza un lenguaje que entienda y no le predisponga al enfado. Para ello, es necesario apoyarte en hechos observables como: "Últimamente no te veo reír", "Estás malhumorada por cualquier cosa", "Creo que no estás bien", "Yo estoy aquí para escucharte y ayudarte", "¿Qué podríamos hacer?"... Según como vaya esa primera conversación y en virtud también de la edad del afectado, podrás expresar más tus observaciones con la comida: "Estoy notando que estás preocupada por la figura y eso no te deja disfrutar", "Veo que has variado tu peso", "Estás tenso en las comidas", "Creo que esto tiene algo que ver con tu estado de ánimo", "He pensado que podrías/podríamos visitar a un especialista para que te ayude y me enseñe a mí cómo ser tu apoyo"...
En este punto es importante tener en cuenta la edad del afectado, porque aunque los cambios observados puedan ser similares, la acción de los cercanos será diferente. Es decir, si es menor de edad, los padres o tutores habrán de llevarle a un especialista, de igual modo que se le lleva al colegio o instituto. Esto no invalida lo anteriormente dicho, es decir, la comprensión de la situación no excluye la firmeza, y es preciso asumir que la responsabilidad es de los adultos. En el caso de los mayores de edad, has de aceptar que serán ellos quienes deberán dar el paso y tener paciencia para ello, recordándoselo de vez en cuando y ofreciéndoles tu apoyo. Evidentemente, si hubiera algún aspecto de su salud física o metal que te preocupara, podéis acudir a urgencias o llamar a emergencias. Pero en ambos casos siempre es recomendable que acudas a un experto o a una asociación para ayudarte a llevar a cabo esta tarea». 

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viernes, 27 de enero de 2017

¿Y si hubiera robots inteligentes?

Una de las preguntas clásicas que todos nos hacemos es si realmente podrán existir robots inteligentes. No nos referimos, claro está, a robots que puedan realizar determinadas funciones, sin duda de forma muy precisa y adecuada, sino a si podrían existir robots que desarrollen formas propias de inteligencia que se retroalimente sin ayuda exterior, es decir, robots con pensamiento propio. En esto se halla la base de la inteligencia artificial, un tema tan controvertido como apasionante. De hecho, en este sentido podemos encontrar opiniones para todos los gustos: desde los más visionarios, que dicen que en las próximas décadas encontraremos ya esos robots inteligentes y que incluso conviviremos con cyborgs, mezcla de humanos y máquinas, que darán origen a superhumanos, y otros más conservadores, que consideran que las máquinas, por muy elaborados que sea su concepción y funcionamiento, jamás llegarán a pensar por sí mismas más allá de reacciones previamente aprendidas aunque, eso sí, puedan aprender de sus propios errores. La polémica está servida.
Sylvia Díaz-Montenegro, en su libro El mundo transparente, realiza un breve apunte al respecto:


Sylvia Díaz-Montenegro, El mundo transparente, tecnología, internet, mundo digital, Meridiano Editorial, robots, inteligencia artificial



¿Y si hubiera robots inteligentes?

«Los mundos que describe Asimov son bastante aburridos: mundos cómodos y estancos en los que los seres humanos tienden a aislarse, tanto que llegan a poner en peligro la especie: si no tienes ganas de estar con tus semejantes, tampoco tienes ganas de tener semejantitos con ellos y mucho menos criarlos con ellos, que es lo realmente difícil. La procreación tendría que ser una obligación social, como la antigua mili, profundamente injusta porque no puede ser que él ponga los gametos y yo las varices. El resultado previsible, y así lo describe Asimov, es una granja de bebés gestados in vitro, educados por educadores especialistas y cariñosamente distantes, cada vez más distanciados entre sí. 
En el mundo de Asimov, otros humanos dejan de utilizar robots porque prefieren estar juntos a estar cómodos. Claro que esa decisión la toma un grupo que no tiene robots porque no les caben. La cosa es que este es el grupo que crece y se multiplica y se expande, mientras que los que tienen robots no necesitan crecer ni multiplicarse. ¿Para qué? Con lo estupendamente que se está así, tan tranquilito… El conflicto y la incomodidad es lo que nos mueve como especie. La facilidad no suele ser creativa. Otra cosa es que a algunos tanta creatividad y tanta emoción les sobre un poco.
En cualquier caso, el mundo con robots no se parecería en nada a lo que vemos en películas como La guerra de las galaxias, por ejemplo. Ayer vi una de las entregas de la saga, ¡y los robots se hablaban entre sí! Había capataces de robot y robots que chillaban y un montón más de cosas graciosísimas y totalmente imposibles. Los robots no chillan, porque nada les duele. No hablan, porque simplemente conectándose podrían transmitirse terabytes, es decir millones de megas, billones de datos de información objetiva sin lugar a equívocos. Se trataría de una jerarquía sin discusiones, sin conversaciones, sin negociación. Todo eso es mucho más eficiente que el lenguaje hablado, no da lugar a malentendidos, es exacto y pertinente.  Aunque, como describe Asimov, tampoco tiene ni media gracia.
En cualquier caso, este apartado solo vale para que te des cuenta del terreno que estamos pisando: vida y no vida, conciencia… Grandes temas que siempre deberíamos tratar con antropólogos, psicólogos y filósofos, no con ingenieros genéticos o tecnócratas iluminados: la verdadera importancia y la calidad del ser humano está en lo que hace y cómo se comporta con otros seres humanos. Todo lo demás es secundario. En el caso de los sistemas, seres automáticos que están poblando nuestro mundo, nadie está mirando ni estudiando realmente su comportamiento ni su impacto, mientras que llevamos derramados ríos de tinta sobre cómo se construyen».


Está claro que hay mucho que decir sobre este tema y que en el futuro esta no va a a ser una cuestión de cuatro locos. Es muy probable que tengamos que tomar importantes decisiones al respecto para las que deberemos estar preparados...

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¿Es bueno olvidar?

Luis Sebastián Pascual, en su libro sobre mnemotecnia titulado La pastilla verde nos habla, como vimos en un post anterior, de técnicas para olvidar. Pero nosotros nos preguntamos: en un contexto más amplio, ¿puede ser bueno olvidar? Marta Eugenia Rodríguez de la Torre, autora de ¿Hay alguien ahí?, respondía a esta pregunta en su libro Todo sobre el cerebro y la mente

«Aprender a olvidar es tan importante como aprender a recordar.
En capítulos anteriores hemos comentado los mecanismos de la memoria, del olvido, de la recuperación de información y de la actualización de los recuerdos. Pero con el cumplimiento de los años es tan importante aprender a recordar como aprender a olvidar y, de hecho, como veremos, la producción de determinadas enfermedades mentales como las demencias y, en concreto, el alzheimer tienen su razón de ser en la basura mental que acumulamos como consecuencia de una gestión incorrecta de la información o, mejor dicho, porque no nos hemos ocupado de realizar funciones de olvido que nos permitan deshacernos de todos los datos que no tienen utilidad y, en especial, de aquellos que nos resultan dañinos y que han propiciado o pueden propiciar desajustes mentales, como las fobias, las manías o aquello que puede condicionar de manera desproporcionada una prevención exagerada en los contactos sociales, en los nuevos aprendizajes o en las fases de crecimiento en las que se encuentra implicada nuestra evolución personal.
En el desencadenamiento de los factores de olvido es preciso tomar en consideración los factores emocionales, pues una inadecuada gestión de lo que sentimos, un silencio acusador de lo que padecemos, un odio visceral enquistado en el rencor y en la posibilidad de una futura venganza propician que la persona concentre sus energías en lo negativo y se cierre a lo positivo, o que viva su vida en función de otros en vez de sus propios intereses, tal vez porque nunca se ha ocupado de ellos, de sus necesidades reales, quizá no sabe o no puede apreciarlas, o de la interelación saludable con las personas con las que convive, porque a lo mejor sólo las utiliza en beneficio propio, lo que a la larga influye en su pérdida o en su instrumentalización.

Es preciso aprender a pasar página y a vivir el tiempo que nos toca sin extender las connotaciones del pasado más allá de la experiencia que nunca puede condicionar el aprendizaje, sino más bien amparar el correcto desenvolvimiento de unas pautas en unas condiciones favorecedoras. A veces no es fácil superar viejas heridas, sobre todo cuando la situación presente no resulta del todo favorable, pero es preciso conocer que sólo en la medida en que tomemos el timón de la existencia podemos variar el rumbo e, incluso, llegar a conclusiones que si bien es cierto que en un primer momento ni siquiera habíamos sospechado, no es menos verdad que resultan más positivas de lo que podamos pensar.


Luis Sebastián Pascual, Marta Eugenia Rodríguez de la Torre, La pastilla verde, Hay alguien ahí, mnemotecnia, sobredotacion, memoria, altas capacidades, Meridiano Editorial























En este proceso, y aunque conforme pasan los años puede resultar más difícil, es preciso que realicemos, cuanto menos con periodicidad mensual, un listado de lo que realmente queremos acumular en nuestra memoria como consecuencia de los aprendizajes y capacitaciones en que nos encontramos inmersos; otro, de aquellos datos que ya no nos sirven para nada; un tercero, de las emociones, vivencias y sensaciones que construyen nuestra propia identidad y que queremos preservar y, otro, de aquellas que nos han dañado y cuyo recuerdo sólo es útil para causarnos malestar y condicionar de manera negativa nuestra apreciación de las cosas y nuestra relación con las personas.
Con las anotaciones que hemos decidido olvidar es oportuna la realización de ejercicios mentales de evitación para que nuestra mente se acostumbre a controlar lo que queremos y lo que desechamos, y para que el protagonismo en la aceptación o rechazo de una información refuerce los mecanismos de la voluntad y a ellos, salvo patologías, sujete la articulación de la memoria.
En este proceso y en consonancia con Séneca, es preciso anotar que sólo lo que se conoce condiciona lo que se es y, por tanto, en la medida que somos capaces de apartar de nuestra identidad lo que no queremos, estamos condicionando su influencia sobre nuestras vidas y propiciando su desaparición. De esta manera, damos paso con más fuerza a lo que queremos recordar, guardamos con mayor bienestar lo que consideramos patrimonio de nuestro yo y propiciamos una agilidad más acusada en cualquier aprendizaje.
La amnesia selectiva, sin lugar a dudas, es saludable, puesto que refuerza patrones cognoscitivos, deja espacio para acumular datos, experiencias, emociones y sensaciones beneficiosas y, sobre todo, recupera del pasado sólo aquello que deseamos que nos acompañe el resto de nuestra vida».

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¿Conductores adolescentes?

 Javier Costas, nos habla de esta cuestión en uno de los capítulos de su libro Tranquilos, que yo controlo:

«Este es un tema bastante interesante. No hay ninguna normativa que impida a un menor de edad conducir dentro de un recinto privado y cerrado al tráfico. En Reino Unido encontré una iniciativa que ya nos gustaría tener en España. A un precio muy similar al de una autoescuela convencional, Young Driver da clases a niños que hayan cumplido once años y superen 1,42 metros de estatura. Los chavales pueden empezar a conducir un coche de verdad en un entorno simulado, con todas las garantías, instructores profesionales y con lecciones que servirán para su futuro como conductores. Incluso tienen en el catálogo de coches un Bentley Arnage —con 400 CV— para pasear en el asiento trasero a los padres, obviamente con un instructor como copiloto. Ya tienen montado un chiringuito de cuarenta y dos centros por todo el país.
¿Tendría viabilidad algo así en España? Sinceramente, no lo sé, pero estoy seguro de que todos los chicos que pasaran por una escuela similar iban a ser unos conductores de primera. La mente de un niño es una esponja y absorbe los conocimientos con facilidad. Si desde el principio se adquieren buenos hábitos se evita que en el futuro se tengan manías y defectos al conducir. De todas formas, puede que estemos hablando más de una actividad lúdica que de otra cosa.
Ahora nos podemos preguntar si tiene sentido que los menores de edad puedan conducir, como etapa previa al examen de conducir (es decir, ya próximos a la edad legal) y tras haber pasado por la autoescuela para lo más fundamental. De esto se empezó a hablar en 2011, cuando la DGT lanzó un globo sonda sobre la posibilidad de que pudiesen conducir acompañados por un adulto con carné. Habría condiciones, claro, que el adolescente en cuestión hubiera dado al menos veinte clases y tuviera el examen teórico aprobado. Tal y como expliqué en el capítulo anterior, tengo serias dudas de que cualquier adulto tenga las virtudes necesarias para enseñar en condiciones, por no mencionar la posibilidad de transmitir manías de profesor a alumno.
Es una cuestión muy delicada, sin duda, pero la idea no es nueva. En países como Alemania, Canadá, Francia, Suecia o Australia se hace desde hace años. En Francia, por ejemplo, los aspirantes a «profesores» deben pasar un examen previo, lo cual me parece estupendo. En Alemania, los «profesores» deben cumplir también una serie de condiciones.


Tranquilos, que yo controlo. Manual de conducción para gente de bien, seguridadvial, motor, Javier Costas, Meridiano Editorial, libros



En España ya circulan unos cuantos adolescentes con los cuadriciclos o microcoches que se pueden conducir con licencia de ciclomotor y no son precisamente un peligro público. Y conducen solos o acompañados. En Estados Unidos se puede empezar a conducir legalmente desde los 16 años y pueden ir al instituto con coche, tal y como nos han recordado tantas películas americanas.
Pero no pensemos automáticamente que es la mejor idea del mundo. Según datos del IIHS, los accidentes de tráfico son la primera causa de muerte no natural de los adolescentes de Estados Unidos y en los primeros meses hay que tener cuidado al cruzarse con estos jóvenes conductores, aunque la mayoría de los tortazos se los dan ellos solitos. Y curiosamente la posibilidad de accidente se dispara cuando un adolescente conduce con otros tres adolescentes en el coche. Menuda bomba hormonal en tan poco espacio.
Un fabricante especialmente concienciado con este problema es Ford, que desarrolló un sistema de llaves restringidas denominado MyKey. Además del doble juego de llaves normal al comprar el coche, se puede pedir una llave adicional que identificará al conductor adolescente al ponerse al volante. El propietario puede capar ciertas funciones del coche, como limitar el volumen máximo del equipo de música (que no va a sonar si hay cinturones sin abrochar), evitar que se sobrepase una velocidad determinada, no poder desconectar el control de tracción (se evitarán derrapes y macarradas) o incluso recibir una alerta si el coche sale de un área determinada.
Volkswagen está empezando a adoptar un sistema parecido con su opción Car-Net Security & Service y sin duda se irán sumando más fabricantes con servicios similares. Por cierto, quien habla de conductor adolescente, habla de cualquier persona de dudosa fiabilidad a la que se le preste el coche, como cuñados, primos, yernos, etc.

Esta perversión tecnológica no tendría sentido si los vástagos cumpliesen al pie de la letra las órdenes y condiciones de los padres, que son los que han pagado el coche. No hace mucho tiempo fui adolescente y si mis padres me hubiesen dejado el coche con un chivato electrónico que delatara mis posibles faltas (lo cual habría implicado un castigo hasta el siglo XXII), me habría pensado muy mucho hacer cualquier tipo de tontería con él».

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martes, 17 de enero de 2017

Los sobredotados también mueren

Inconscientemente, tendemos a pensar que la sobredotación es un fenómeno que afecta exclusivamente a la infancia y todo lo más a la adolescencia, que no hay adultos sobredotados. Nada más falso que esto: el sobredotado lo es desde el principio hasta el final de sus días. Por ello resulta tan importante la comprensión de estas personas, puesto que la sobredotación, para bien y para mal, no les abandonará jamás. En uno de los últimos capítulos de su libro ¿Hay alguien ahí?, Marta E. Rodríguez de la Torre nos propone cómo acompañar en sus últimos días a un anciano sobredotado. Creemos que es un texto que merece la pena leer.



Marta Eugenia Rodríguez de la Torre, Hay alguien ahí, sobredotación, superdotados, altas capacidades, personas mayores
























«Lo más importante es respetar su espacio físico y mental y sus tiempos de aceptación de la realidad de que su fin se encuentra próximo, así como no juzgar ni tan siquiera valorar el comportamiento caprichoso y a veces tiránico que se da en esta etapa de sus vidas (y que refleja el recorte de habilidades de independencia), lo difícil que les resulta manifestar que necesitan ayuda o que alguien atienda sus necesidades emocionales, producto de la profunda soledad. Cualquier intromisión en su criterio no será aceptada como algo positivo, sino como una manipulación que pretende agriar el camino que solo con sus fuerzas e inteligencia él desea recorrer, y también como un reconocimiento a la incapacidad que de siempre él presupone que los demás contemplan sobre cómo es inhábil para gobernar su vida, o no lo hace de la manera correcta. Es preciso (aunque nos resulten chocantes) intentar entender sus últimas voluntades y respetarlas, a pesar de que no nos parezcan las más adecuadas, y ser capaces de trascender a este legado dándoles la mayor cantidad de afecto y procurando que no les falte nada de lo que les pudiera gustar. Disponibilidad para acoger sin preguntar, para poder comprender sus contradicciones y cambios de humor, para aguantar su incesante verborrea o sus silencios cuajados de incertidumbres sobre lo que le preocupa, le duele o asusta son medidas que no deben descuidarse en ningún momento durante esta etapa de sus vidas, y que deben ejercitarse por parte de todas las personas que se encuentren en su entorno.
Cuando transcurren varios días hasta que tiene lugar el fatal desenlace, es frecuente, más que en otras personas, que el anciano sobredotado muestre cambios bruscos de humor, aunque no de opinión, y que rechace cualquier compañía para inmediatamente después requerirla, porque esta contradicción se fundamenta en la lucha existente entre su cabeza donde la razón y los procesos de su intrincada lógica le demandan soledad para elaborar mentalmente los cambios que va a experimentar su cuerpo, y el corazón, donde emocionalmente se siente perdido y muerto de miedo, pues sabe tanto como siente que de la muerte no ha vuelto nadie, y además él tiene —o suele creer que tiene— la certeza en la mayoría de los casos que después de morir nada existe. Sus desafectos y afectos se manifiestan con mayor crudeza y no suele aceptar el perdón de las personas que le han causado daño o que simplemente no han aceptado sus diferencias, o de aquellas que, por el mero hecho de ser sobredotado, le han hecho la vida imposible. Se puede mostrar especialmente iracundo y violento contra cualquier forma de hipocresía o convencionalismo social de quienes pretenden acallar sus conciencias mostrándoles un acercamiento y afecto que muy pocas veces sienten y que, en la mayoría de las ocasiones, puede encerrar un interés oculto, como el que se pone de manifiesto por la herencia que pueda dejar. Con igual intensidad puede mostrar su aprecio a quienes han comprendido sus circunstancias aunque no siempre hayan entendido los rasgos de su naturaleza, y puede compartir algunas de sus experiencias y conocimientos con gran lujo de detalles para que luego puedan usarlas de manera productiva en sus vidas. Es preciso, por ello, contar con la presencia de las personas que aún viven y que han representado algo significativo y amable en sus vidas. También resulta oportuno proporcionarles el acercamiento de personas que, conocedoras de los procesos sobre los que se circunscribe la vida y la muerte, le ayuden a tomar la decisión sobre cómo quiere vivir su muerte: sacerdotes, médicos, gente que ha superado un coma, personas que se encuentran en cuidados paliativos etc., así como materiales escritos sobre quienes ya han cruzado las puertas de la existencia: libros, documentación de archivos, periódicos y revistas, material audiovisual. Esta intervención no tiene que resultar en ningún momento intrusiva puesto que él es quien, si se encuentra en pleno ejercicio de sus facultades mentales, debe posicionarse sobre qué hacer, y debe morir sabiendo que se han tomado en consideración sus últimas voluntades, ya que si cada uno es el que decide y resuelve su vida, también decide y resuelve cómo desea morir.

Días antes del deceso las personas mayores suelen sufrir una mejoría de sus dolencias o un achaque que produce una claridad mental acusada que les permite trabajar con el silencio y la palabra y prepararse, en cierta medida, para el final. Los sobredotados viven esta etapa con especial intensidad y es común que no se muestren muy habladores, pues necesitan ensamblar sus argumentos para afrontar el trance y en estos momentos es cuando agradecen que no se les deje solos. Si rechazan el consuelo de cualquier fe, no deben ser obligados ni coaccionados mediante los mecanismos del miedo a aceptar lo que no están dispuestos a hacer, o a adoptar un perfil creyente que va contra su conciencia por contentar a sus allegados, y se debe evitar cualquier chantaje emocional al respecto. Morir en paz es morir con dignidad y la tranquilidad de espíritu es clave para afrontar este trance. ¿De qué nos vale que para agradar dé su conformidad a determinados consuelos o se adscriba a las prácticas y preceptos de una religión que no ha profesado o que ha rechazado por ser incompatible con sus creencias o perfil cognitivo, si en su corazón posiblemente está contraviniendo los preceptos de dicha religión o la está rechazando de pleno? Sin lugar a dudas, comparto que la muerte duele a los allegados que sobreviven, a los que guardan un recuerdo y a los que la falta del finado provoca una necesidad, pero este dolor o sufrimiento (si el duelo se gestiona de manera adecuada) puede ser soportable, aceptado e integrado como una de las realidades inmutables de la vida. Pero sería bueno intentar apreciar —ya que no es posible medir ni preguntar a nadie que haya pasado por él— cuál es el dolor que sufre en los últimos momentos de su vida la persona a la que no se le permite morir según sus convicciones o creencias, o a la que no se respeta su libertad de conciencia para decidir cómo desea que sean sus últimos momentos. Resulta comprensible en cierta manera que, una vez ocurrido el trance, puedan no respetarse del todo las últimas voluntades sobre qué hacer con su cuerpo, quizá porque los familiares no cuenten con los recursos emocionales o materiales para cumplirlas como, por ejemplo, la incineración de un hijo. Desde luego, no resulta de recibo no atender a los requerimientos de una persona adulta si se encuentra en pleno dominio de sus facultades mentales. Morir para un sobredotado es, en la mayoría de los casos, el punto y final, y no un punto y seguido, y para concluir precisa que no lancemos más interrogantes al proceso de su vida que los que su mente puede manejar».

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El móvil: la máquina de absorber el tiempo

Extractamos a continuación un texto del libro El mundo transparente, de la autora Sylvia Díaz-Montenegro sobre nuestro uso del móvil. Como podemos ver, nuestra autora sustenta ante su madre la tesis de que el móvil nos roba el tiempo —tesis que de alguna manera todos más o menos inconscientemente sospechamos o de la cual estamos profundamente convencidos—, apoyándola en la evidencia real, no por trivial menos contundente: «El móvil te roba el tiempo porque te lo llena de minucias». Pero además, la autora va mucho más allá en su reflexión y nos enfrenta a los profundos cambios que ha generado el móvil en nuestros comportamientos y en nuestras relaciones.

Transcribimos el texto de Sylvia:


Sylvia Díaz-Montenegro, El mundo transparente, mundo digital, tecnología, internet, personas mayores


«Tú, mamá, siempre estás protestando por vernos con el móvil en todas partes. La verdad es que a tu edad, aunque no la aparentes en absoluto, el móvil te divierte solamente un poco, justo cuando lo utilizas para llamar. Para ti, el móvil es un teléfono. Para cualquiera de los adictos, no: está muchísimo menos tiempo transmitiendo voz que datos.
Una cosa que te parece graciosísima es ver en un restaurante a un grupo de personas, o incluso una pareja disfrutando de una cena tête-à-tête, cada uno enfrascado en su pantallita. Es muy absurdo visto desde fuera, pero te tengo que confesar que a mí también me puede haber pasado. Me estoy poniendo colorada ahora mismo según lo escribo.
Pensando en por qué esto ocurre, que es una de las grandes ventajas de que las cosas te den vergüenza, he llegado a la conclusión de que se trata de varias cosas conjuntas:
La primera y más evidente es que el móvil es estupendo para poblar vacíos. Alguien con móvil tarda mucho más en enfadarse cuando espera: puede estar hablando con algunos, poniendo WhatsApp como si no hubiera un mañana, jugando al Tetris (un juego que no te enseño porque te quedarías hasta sin comer) o al Combine (ese es el que me tiene enganchada a mí), o incluso contestando correos. Total, un tiempo superproductivo.
El problema es que lo mismo que decimos para una sala de espera puede ser verdad para un atasco o un semáforo, y entonces se vuelve mucho más peligroso, porque cuando conduces lo primero y principal es conducir, que parece que no, pero llevas entre manos un coloso de alguna tonelada que puede matar en cuanto te descuidas. El problema es que, una vez empiezas a jugar al Tetris, ¿quién es el gracioso que para? Si solo me queda un momentito, de verdad… Y así.
Lo segundo y verdaderamente agresivo es que el móvil es una máquina de interrumpir. Lo miras para cualquier cosa y te encuentras con cinco mensajes esperándote: uno, completamente idiota e indeseado, de alguna de las empresas que te sirven, otro de la clase de los niños, otro más de los colegas de baloncesto, un cuarto de mi hermana, que nos invita a cenar, el quinto un chiste graciosísimo que, seguro, le enseño a quien cene conmigo… Y ahí la hemos liado, porque entonces él también mira su móvil y tiene otros seis mensajes o avisos y por cierto, te tengo que enseñar un vídeo que he recibido… Y ahí nos tienes, cenando alrededor de las interrupciones en lugar de hablar de nosotros, con calma, con silencios, con tiempo. El móvil te roba el tiempo porque te lo llena de minucias.
¿Y por qué dejamos que ocurra? Lo creas o no, yo ya soy cuidadosísima con lo que me interrumpe: ninguno de los mensajes tiene sonido, ninguno puede invadirme la pantalla. Pero aun así... Tus nietos viven en un mundo lleno de estímulos constantes y parecen no tener nunca un momento para la reflexión. Incluso leer se está convirtiendo en un anacronismo y Twitter demuestra que 140 caracteres bastan para lo que esta civilización considera un mensaje.
La conclusión a la que llegan algunos pensadores es que hay un problema con el aprendizaje, con la reflexión, con la profundidad, con la elaboración de conocimiento cuando no dejamos tiempo suficiente para que se elaboren las cosas. Necesitamos entonces excusas para el tiempo sin interrupciones: el deporte como momento de soledad, que aun así llenamos de música, o las reuniones en las cuales se prohíbe el móvil. Miedo me da que pongan wifi en los aviones pero mucho me temo que cuando escribo esto ya es demasiado tarde… 
Lo tercero que se me ocurre es un poco más inquietante: cuando recibes mensajes de personas diferentes a la que tienes enfrente, no solo te tienes que enfrentar a la interrupción y a la reacción instintiva de contestar a un requerimiento. Me parece, además, que ese grupo que está lejos o esa persona que te escribe son una tentación en virtud únicamente de su falta de presencia. Es una conclusión arriesgada, pero, cuando le escribes a alguien, incluso en este mundo de microcartas, de repente ese alguien es tal como lo recuerdas, que es ligeramente diferente de como realmente es y casi siempre mejor. 
Estamos de acuerdo en que el amor por alguien, incluso el afecto real, no puede darse sin piel de por medio, sin llegar a conocerse de cerca y vivir cosas buenas y malas, sin compartir la realidad y gestionarla juntos. La realidad está llena de aristas, y estar cerca de alguien significa compartirlas, algo que muchas veces es incómodo y alguna vez doloroso. De hecho, algunas de ellas están causadas por la misma cercanía, de modo que lo más cómodo es la distancia: cada vez tenemos más tentaciones de instalarnos en la tranquilidad de la lejanía y dejarnos sobrepasar por las olas sucesivas de interrupciones.
Afortunadamente, la mayor parte de nosotros sabe que nada se parece a la sensación de cercanía que uno tiene con alguien querido que está físicamente cerca, esos escasos pero inefables momentos en los que se produce un oasis de silencio en el fragor de la vida y se percibe la increíble unicidad del otro. Dejar el móvil fuera de nuestro alcance es un ejercicio saludable y un esfuerzo necesario para que pueda aparecer un tiempo vacío sin el que no podemos llegar nunca a nada realmente interesante, ni en lo puramente intelectual ni, mucho menos aún, en lo personal.
Da miedo pensarlo, pero ninguno de nosotros está tan lejos de convertirse en una especie de hikikomori. ¡Glups!».

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domingo, 8 de enero de 2017

Olvidar o no olvidar

Aunque parezca contradictorio, en el arte de la mnemotecnia también es preciso aprender a olvidar o, cuando menos, gestionar la memoria según nuestros deseos para evitar siquiera convertirnos en inmensos almacenes de datos caducados y, por tanto, carentes de sentido. Esto lo explica fantásticamente bien Luis Sebastián Pascual en su libro La pastilla verde, como veremos a continuación:

La pastilla verde, memoria, Mnemotecnia, Luis Sebastián Pascual, Meridiano Editorial, libros



Olvidar

«¿Existe alguna fórmula que nos permita «borrar» las imágenes de nuestra memoria? Así podríamos reutilizar los lugares de una ruta indefinidamente sin temor a interferencias, es decir, sin que se nos pudieran confundir las imágenes viejas con las nuevas imágenes.
En un conocido artículo de Umberto Eco, el autor italiano razonaba, en oposición al arte de la memoria (ars memoriae), sobre la imposibilidad de desarrollar un arte del olvido (ars oblivionalis).
Los antiguos tratados del renacimiento aconsejaban, para que los datos viejos no interfiriesen con los nuevos, borrarlos imaginando los lugares vacíos, sin ninguna imagen asociada: "y para que esta figuración sea más sólida, podemos inventarnos a un hombre cualquiera que enfadado espanta las imágenes de todos los lugares".
Sin embargo, para Eco, "esta técnica permite a uno, no olvidar, sino recordar que quiere olvidar algo".
Lo más parecido a una técnica del olvido consistiría, explica Eco, en superponer a una imagen muchas otras lo más similares posibles hasta el punto de que, confundidos, no logrando acertar con la imagen correcta, nos viéramos incapaces de rememorar el dato solicitado. Sería como haberlo olvidado.
Pero esto, claro, más que olvidar consiste en inutilizar la memoria por saturación. Y ese extremo es precisamente el que tratamos de evitar.
El psicólogo Alexander Luria retrata en el libro Pequeño libro de una gran memoria la vida y milagros de Salomón Shereshevski, el hombre incapaz de olvidar y cuya excepcional memoria estudió durante casi treinta años.
En un momento dado, S —así se le nombra a lo largo del libro— decide sacar provecho a sus facultades y entra en el mundo del espectáculo haciendo exhibiciones de su prodigiosa memoria. En sus sesiones, uno de los juegos consistía en memorizar una larga cantidad de cifras anotadas en una pizarra, y solía dar varias sesiones en una misma tarde. Pero el temor de S no era que pudiera olvidar algún número, sino que al rememorar los números se confundiese con los de una sesión anterior.
Instintivamente dio con una solución muy parecida a la que aconsejan los antiguos tratados del renacimiento: "Tengo miedo de confundir las diversas sesiones. Por eso borro mentalmente la pizarra y la recubro de una película totalmente opaca e impenetrable…". Ahí está el hombre enfadado espantando los números fuera de la pizarra y dejándola limpia, lista para una nueva sesión.
Pero el truco no siempre daba buen resultado: "Y, sin embargo, tan pronto como me acerco a la pizarra, las cifras pueden aparecer de nuevo".
Por tanto, no habiendo una técnica segura que evite posibles interferencias, la mejor opción es "abandonar"» los lugares de la ruta durante un tiempo y dejar que el olvido lleve a cabo su natural trabajo de "limpieza".
El paciente de Luria, por cierto, habría evitado sus problemas —o los habría mitigado al menos— simplemente usando una pizarra distinta para cada sesión (una rota, otra cuadrada, otra sin marco, etc.) o incluso, aun con la misma pizarra, empleando en cada sesión un color de tiza diferente.
Disponiendo de varias pizarras, una para cada sesión, aquella de la esquina rota no volvería a utilizarla al menos hasta el día siguiente; aun cuando recordase todos los números puestos en ella, durante ese plazo de 24 horas ocurrirían suficientes cosas que aprovechar como referencia temporal. Cuando los números de la pizarra volviesen a su mente, ¿estos se propusieron antes o después de acostarse?, ¿antes o después del desayuno? Si fue antes, se trataría de los números de la sesión de ayer y podría distinguirlos de aquellos propuestos hoy.
Contar con varias pizarras habría sido como disponer de varias rutas que usar alternativamente. La cuestión es dejar transcurrir el tiempo suficiente para que, aun cuando al volver a la primera de las rutas sigan presentes muchas imágenes, podamos al menos distinguir las más viejas de las más recientes.
En todo caso, S dio finalmente con una solución eficaz, pero un tanto singular:
"Un día, era el 23 de abril, tuve tres sesiones seguidas. Estaba físicamente cansado y pensaba en la forma de llevar a cabo la cuarta sesión. Temía que se me apareciesen los cuadros de las tres anteriores… Era un problema terrible para mí… ¿Vería o no el primer cuadro?... Tengo miedo de que ocurra… Quiero que no aparezca… Y pensé: el cuadro ya no aparece y sé la razón: ¡yo no quiero que aparezca! ¡Ah!... 'Por consiguiente, si yo no quiero, no aparece'. Entonces todo radica en que tome conciencia de ello"».

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El peligro de las dietas

Como señala Irene Alonso Vaquerizo en su libro Ana y Mia no quieren ser princesas, algo tan aparentemente inocuo como comenzar una dieta puede ser el desencadenante de un trastorno alimentario. Veámoslo en sus propias palabras:

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«Hacer dieta, sobre todo si no está monitorizada por un experto, favorece una mala regulación del organismo, y más aún si dura mucho tiempo y es muy restrictiva. No es lo mismo una dieta variada que incluya los alimentos básicos de la pirámide de alimentos, sin abusar de grasas, precocinados o bollería industrial, que otra que restrinja nutrientes. 
Estar a dieta de forma habitual dificulta experimentar las sensaciones de hambre y saciedad. Es decir, se altera la percepción de hambre al aprender a ignorar las indicaciones del organismo. Todo ello produce gran confusión en la persona, que empieza a preocuparse por lo que come y a temer excederse. De forma menos intensa, es posible que cualquier persona que haya estado a dieta un tiempo, aunque no padezca un TCA, haya podido experimentar cierta confusión o alteración de sus sensaciones internas o haber temido pasarse en la ingesta, aunque haya sido ligeramente.
Hacer dieta altera el set point o punto de ajuste del mantenimiento del peso corporal. Es un punto de referencia que tienen las estructuras cerebrales encargadas de la regulación de la ingesta y el peso corporal. En esta regulación influyen diversos factores: genéticos, niveles de leptina (hormona segregada por los adipocitos: células que almacenan grasa), actividad física (deporte y actividad en general) y peso habitual (el que se mantiene durante la mayor parte de la vida). Es decir, tendemos a mantener un peso. Algunos estudios sostienen que no es posible cambiarlo mientras otros afirman que sí, aunque para ello será necesario tiempo y adoptar nuevos hábitos que van más allá del mero hecho de hacer dieta. El punto de ajuste es el responsable de que una persona, cuando deja de hacer dieta, recupere el peso o incluso añada algún kilo más (lo que suele llamarse «efecto rebote»). En cualquier caso, el inicio de una dieta no es algo inocuo para el organismo y variar o eliminar la ingesta de ciertos alimentos de forma excesiva, sin control experto y mantenido en el tiempo, puede producir alteraciones en la persona a niveles físicos, emocionales, cognitivos y sociales:

Riesgos físicos: descenso de la grasa corporal y musculatura, trastornos gastrointestinales, pérdida de fuerza, alteraciones en el sueño, dolores de cabeza, sensación de mareo, aumento del frío corporal (en manos y pies), pérdida de cabello e incluso incremento de la sensibilidad a la luz y al ruido, entre otros.

Problemas emocionales: apatía, tristeza, culpa y cambios de ánimo, acompañados en ocasiones de irritabilidad y agresividad.

Alteraciones cognitivas: obsesión y preocupación por la alimentación, dificultad para la concentración y el aprendizaje, descenso de la comprensión y alteraciones en la capacidad para razonar.

Cambios sociales: descenso del interés en la realización de actividades con otros y aislamiento.

Debo recalcar que comenzar una dieta es el riesgo más directo e inmediato para padecer anorexia. Los episodios de restricción también podrán dar paso a la bulimia en la que, además de la reducción de la ingesta, aparecerán los atracones». 

Es preciso, por tanto, que presentemos atención a estas actitudes a las que ninguno de nosotros somos ajenos. Por supuesto que las dietas pueden ser muy beneficiosas e incluso imprescindibles en algunos casos, pero hay que tener en cuenta que si no se llevan a cabo con un seguimiento adecuado pueden producir alteraciones en nuestro organismo que es posible que lleguen a ser irreversibles o, al menos, muy costosas de deshacer. No es cuestión de volverse aprensivos, pero sí de no olvidar qué terreno estamos pisando. 

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martes, 3 de enero de 2017

Los deseos de una sobredotada

Como sabéis, Marta E. Rodríguez de la Torre es la autora del libro ¿Hay alguien ahí?, en el que narra la vida de un sobredotado ficticio, Miguel, recorriendo desde su nacimiento hasta su muerte. El libro destila tales dosis de conocimiento y empatía que habría sido imposible que hubiera sido escrito por una persona que no fuera sobredotada. Los que conocemos a Marta sabemos que ella es capaz de esto y de muchísimo más, porque su inteligencia es tan deslumbrante que no deja lugar a dudas sobre su condición. Pero, antes que nada, Marta es sobre todo una gran persona y una gran docente, de modo que queremos comenzar el año con sus mejores deseos, los mismos que podéis encontrar en el epílogo de su libro. Brindamos por ellos.



Marta Eugenia Rodríguez de la Torre, Meridiano Editorial, Hay alguien ahí, sobredotación, superdotados, altas capacidades


«Parafraseando a Pedro Salinas en su poemario La voz a ti debida: a mí también me gustaría vivir en los pronombres, donde solo el tú y el yo bastaran sin etiquetas ni condiciones, sin tiempo ni espacio. Así, en la total y absoluta convicción de que el ser humano es solo uno y de que no existen circunstancias que amparen diferencias ni procesos que conlleven dolor. Quizá por eso escribo poesía, y pinto cuadros de tonos rotundos y absolutos con pasta de plomo y lacas de bombilla. Algunas veces quisiera que no existieran culturas ni países diferentes, ni etapas de la historia con evoluciones y retrocesos, ni niños que lloran, ni flores que se marchitan, ni soles que tienen la imperiosa necesidad de acostarse para dormir. Tal vez por eso, cuando compongo música me aferro a los calderones con todas mis fuerzas para ralentizar los tiempos, y adoro los lentos de los compases binarios donde parece que la obertura será una sucesión infinita de silencios y notas acompasadas. Y cuando la partitura acaba, siempre necesito una coda más en el pentagrama. Eso debe ser porque todavía soy joven (aunque no tanto como quisiera), ya que aún me sorprendo con la velocidad y me da miedo que llegue un día donde no tenga ni una palabra que escribir, ni una pincelada que dar, ni una nota que escuchar. Quizás es porque trabajo en lo que quiero y no me vendo por ningún precio.

Pero sé que las cosas nunca son como uno quiere, sino que existen así, aunque solo podamos percibir una parte de su realidad. Y que existen personas discapacitadas, capacitadas y sobredotadas. Todas ellas piensan distinto, sienten diferente, buscan lo que no encuentran, tienen hambre y sed. Significan una paradoja para cada cruce de caminos y para cada árbol y cada gota de agua. A mí no me resulta difícil vivir con ellas, a lo mejor porque no representa su compañía ni una ventaja, ni una amenaza, ni un peligro, ni un problema. Quizás soy una auténtica rara avis, porque de todas estas personas aprendo, con todas comparto algo, y a las que quiero en mi vida no las selecciono por su comportamiento, sino por su capacidad para ser. Me explico: para mí las personas son o no son. Son aquellas que dan lo mejor de sí mismas, las que hacen lo que deben, entendiendo por tal no dañar a nadie ni buscar lo que perjudica a la persona humana en cualquiera de sus vertientes, las que van de frente y no tienen esquinas, las que dan problemas (aunque no lo pretendan) porque siempre buscan lo justo, lo bueno y lo bello, las que son responsables pero no culpables: en definitiva, aquellas con las que puedo contar en los días azules y en los días negros. No es fácil sufrir una discapacidad de cualquier género, que limita y mucho algunas facetas de la vida, pero peores son las cortapisas del alma, las cerrazones del corazón y los enconos vengativos que a nada conducen. Tampoco es fácil ser un capacitado y quizás no llegar a fin de mes, o estar enfermo, o haber sufrido una pérdida irreparable. Y es que todos durante la vida contamos con piedras en el camino, arrugas en los años y reveses que afrontar, seamos sobredotados o no. La vida no es para nadie lo que espera, tampoco representa lo que uno anhela, ni se ajusta a nuestros deseos como un guante a la mano, sino que es un espejo donde mirarse y contemplarse, más allá de nuestra imagen, no solo con los ojos y no solo una vez.

Al hablar de sobredotados en estas páginas no he pretendido cerrar un círculo, o aventurar las márgenes de un río, ni tan siquiera establecer los parámetros sobre los que circula su realidad, sino trazar una elipse, contemplar la lluvia y dibujar en el aire a qué huelen las rosas cuando se abren. Eso significa dar un paso más hacia la comprensión de las diferencias que presenta la naturaleza humana, aproximarse al progreso (que no es otra cosa que un futuro dotado de mejores condiciones de vida para cada hombre y cada mujer), establecer un campo de actuación donde resulte posible entender y entendernos. Porque las personas necesitamos entender para poder actuar, aunque, muchas veces, lo que comprendemos no es suficiente, no basta para dar un paso más adelante e ir un poco más lejos, o un poco más adentro. Cuando nos damos cuenta de la existencia de un árbol, podemos plantearnos regarlo, cuando descubrimos que vuela un pájaro, consideramos la posibilidad de un nido cercano.


Yo quiero un mundo donde todas las personas tengan el lugar que les pertenece, independientemente de su naturaleza, y deseo y necesito en mi mundo la presencia de esa variedad que representa el contacto con personas discapacitadas, capacitadas y sobredotadas».


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Hablemos de drogas

Este es el título de uno de los capítulos del libro de Javier Costas Franco, Tranquilos, que yo controlo, que trata los distintos aspectos de la seguridad vial. La cuestión de las drogas y la conducción sigue siendo bastante desconocida socialmente, así como para muchos conductores y también para los propios consumidores de estas, que con frecuencia no son conscientes de sus efectos ni de la duración de los mismos, así como tampoco de sus consecuencias. Javier lo explica magistralmente en las siguientes líneas:

Meridiano Editorial, Tranquilos que yo controlo, conducción, seguridad vial, drogas, conductores



















«Qué decir de las drogas, donde se incluyen muchas sustancias que son perjudiciales para el cuerpo o que, como mínimo, alteran bastante su funcionamiento. Existen muchos tipos, pero me voy a referir a las denominadas «drogas recreativas» (los medicamentos y el alcohol tienen un tratamiento aparte). Tomar algunos tipos de drogas no tiene por qué ser algo estrictamente negativo si se hace en condiciones muy controladas, con información, y sobre todo, si no se hace mientras se conduce o con la previsión de hacerlo pronto.

Me pondré en el caso más favorable, un consumidor responsable, informado, que toma poco y cuando no tiene que hacer ninguna tarea importante y se fuma un porrillo de marihuana, o dos, o los que sean. Tras seis horas y pasados los efectos —al menos en apariencia— se pone a conducir. De repente, se topa con un control antidrogas. La prueba se hace con la saliva, se moja un bastoncillo en la boca y se guarda para análisis. Si hay restos de sustancias prohibidas en la saliva, legalmente es lo mismo que conducir drogado (un delito), no hay un margen de no denuncia más allá de la tolerancia de la prueba.
Ahora me pongo en el caso desfavorable, un cabezahueca que conduce en mitad de un pedo. Merece que lo encierren y tiren la llave al mar, porque el riesgo que provoca para la circulación es altísimo. Y no hace falta ir pedo para ser un peligro, basta con tener las funciones psicomotrices alteradas, pues estamos controlando un vehículo en una vía pública, con todas las consecuencias que ello implica.

La normativa de nuestro país tiene el principio de tolerancia cero con las sustancias tóxicas. Es decir, si el resultado del control es positivo es que quedan restos de droga, por lo que se considera afectada la capacidad de conducción aunque no haya efectos visibles. No importa la cantidad detectada, sino si hay o si no hay ¡y puede afectar también a los consumidores pasivos en espacios cerrados sin ventilación! Si hay restos, la multa es de 1.000 euros, se pierden seis puntos y también se considera un delito contra la Seguridad Vial (Art. 379.2 CP), con las consecuencias antes descritas (...).

(...) Hasta el agua es capaz de matar a un ser humano con una dosis excesiva. Las demás sustancias de la lista deberían ser evitadas por simple sentido común, se conduzca o no. Y por analogía, tampoco es buena idea viajar con pasajeros que están consumiendo droga en marcha, existe riesgo de consumo pasivo. En la web de la Fundación MAPFRE hay una lista de «trucos» que tienen efectividad nula para reducir la posibilidad de dar un positivo por drogas, que procedo a resumir. Da igual echarse la siesta, esperar pocas horas, tomar cualquier tipo de bebida, chupar granos de café o hacer más abdominales que Cristiano Ronaldo. Nada de eso reducirá la presencia de drogas en la saliva, así que en su caso habrá que afrontar el castigo con dignidad. De hecho, menos mal que el análisis no es de sangre, porque una analítica común revela restos de drogas en el organismo semanas después de haber consumido por última vez...
Ocurre como con el alcohol, solo pasaremos como limpios en una prueba si realmente estamos limpios y eso implica que el cuerpo tiene que deshacerse de las sustancias mediante unos procesos que llevan tiempo y que no se pueden acelerar con trucos baratos. Si consumes, no creo que te convenza para dejar de hacerlo, pero puedo intentar sugerirte que mejor que conduzca otro por ti hasta que te hayas quedado totalmente limpio o que busques alternativas de transporte o un alojamiento temporal. Por ejemplo, al día siguiente de haber fumado porros uno puede encontrarse bien, pero puede notar a lo largo del día dolor de cabeza o dificultad para concentrarse. Si no se tiene la previsión de conducir, mejor. Si te da por fumar porros un viernes y no conduces hasta el lunes, tranquilo, no tendrás problemas con la Benemérita ni con la justicia».

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