viernes, 9 de diciembre de 2016

Proust y la memoria

En una entrada anterior de este blog, titulada ¿Es que memorizar es divertido? introducíamos al lector en el libro de Luis Sebastián Pascual titulado La pastilla verde. Técnicas de memorización para mayores de 40 años. En ese post presentábamos la asociación de imágenes como un buen recurso para facilitar la memorización.
Continuando con esta explicación, Luis Sebastián Pascual nos recuerda la famosa magdalena de Proust y nos enseña el porqué de su poder evocador:

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UNA TAZA DE TÉ

Marcel Proust describe en su célebre novela En busca del tiempo perdido una escena muy conocida —la famosa magdalena de Proust— en la que el sabor de una magdalena mojada en té le transporta al pasado, cuando era un niño, evocándole recuerdos que creía perdidos.

«Hacía ya muchos años que no existía para mí de Combray más que el escenario y el drama del momento de acostarme…» pero, tras probar una cucharada de té en la que había echado un trozo de magdalena, tratará de buscar la causa del sentimiento que este sencillo acto le provoca:
«Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tilo, los domingos por la mañana en Combray…»
Con el recuerdo de su tía llega el de la vieja casa gris donde vivía, y con la casa el pueblo, las calles, etc. En su mente, el sabor de la magdalena estaba relacionado con el lugar donde lo experimentó por primera vez, de modo que muchos años después, al saborear de nuevo una magdalena, recupera los recuerdos asociados a ella.
«[…] así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té».
Esto es algo que todos hemos vivido alguna vez. Por ejemplo, si te preguntan por las vacaciones de aquel año en Benidorm, probablemente te des cuenta de que apenas guardas un vago recuerdo. Pero ves en televisión una avenida con palmeras y, de pronto, te viene a la memoria aquella palmera justo delante del balcón del hotel que estropeaba las vistas al mar, el mar te recuerda la playa llena de sombrillas, las sombrillas te llevan a maldecir por aquella que se atascaba y no había forma de desplegar, etc.
Esto apunta a que las cosas no permanecen en nuestra memoria como unidades aisladas, sino formando un entramado, una especie de red en la que los recuerdos están relacionados entre sí de modo que uno lleva a otro, y ese al siguiente, etc.
De hecho, cuando queremos acordarnos de algo, instintivamente nos ponemos a pensar en cosas cercanas a aquello que tratamos de recordar, con la esperanza de dar con algún elemento que nos lleve hasta el dato buscado.
Por ejemplo, ¿cómo se llamaba aquel profesor que tenías de niño? Intentando recordar el nombre seguramente te pongas a pensar en el colegio, la mochila con los libros, el pupitre, la pizarra, los compañeros de clase, aquel que una vez hizo una rima con su nombre… ¿Cómo era? «Don Serafín, no tiene fin» —entonces, siendo niños, se os antojaba muy alto—. Pues ahí está, a través de aquel compañero de clase te has acordado de la rima, y con la rima ha llegado el nombre: se llamaba Serafín.
Por eso decía Aristóteles que:
«Esa es la manera en que los hombres intentan recordar, como también la manera en que recuerdan, aun cuando no lo intenten: es decir, cuando un movimiento o impulso se sigue o sigue a otro».
Para el antiguo filósofo, recordar no es más que seguir la cadena de pensamientos que nos llevan hasta el dato buscado. Pero, para lograr el éxito, «se debe asegurar el punto de partida», es decir, debemos estar seguros de que existe una relación entre el dato a recordar y un elemento inicial que nos lo evoque.
¿Cómo formar ese vínculo o relación? Pues mediante fantasías tan singulares como la descrita al principio, donde la figura de la presentadora de las noticias de mediodía (elemento inicial) nos lleva hasta la pastilla verde (dato a recordar).

Os recomendamos que podéis adquirir el libro La pastilla verde. Técnicas de memorización para mayores de 40 años sin gastos de envío en la web de Meridiano Editorial, pinchando aquí.

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