Es frecuente que los problemas nos sorprendan.
Y más aún los problemas psicológicos. A veces parece como si surgieran de la
nada, que aparecieran cuando todo parece ir bien. Pero en realidad eso no es
así casi nunca. Lo que la mayoría de la veces ocurre es que no somos sensibles
a lo que está sucediendo. Lo confundimos con otras cosas, le quitamos
importancia o directamente nos negamos a ver el problema.
Para los padres resulta especialmente difícil
ser objetivos. Están pendientes de sus hijos —a veces en exceso— pero hay cosas
de ellos que a veces no entienden, que no les encajan y que en muchos casos,
por esas razones, se niegan a admitir.
Los trastornos alimentarios, como otros
problemas psicológicos, pertenecen a esa categoría de problemas que suelen
resultar difíciles de afrontar. Empiezan muchas veces por ignorarse o por
quitárseles importancia para pasar a continuación a la extrañeza y caer
finalmente en el desconcierto. Es por eso que este tipo de trastornos suelen
recibir un tratamiento tardío, es decir, se reclama atención cuando el problema se halla en una
fase avanzada y la persona afectada ya presenta unos síntomas tan innegables
que ni la más pertinaz ceguera podría ocultarlos.
Pero insistimos en que estos trastornos no
salen de la nada, no suceden porque sí. Irene Alonso Vaquerizo en su libro Ana y Mia no quieren ser princesas lo explica con todo detalle. En su práctica
profesional y tras una ya larga carrera dedicada al tratamiento de estos
trastornos, ha identificado una serie de factores comunes en las personas
que los sufren y que, sin duda, explican la génesis y el desarrollo del
trastorno. Esta es la breve introducción de los mismos que realiza en su libro:
FACTORES DE RIESGO O DE VULNERABILIDAD
La aparición de este tipo de alteraciones es
el resultado de un tejido que se va formando con los años. Hay una gran
variedad de factores de riesgo clasificados en tres grupos: predisponentes,
precipitantes y perpetuantes o mantenedores.
Predisponentes
La persona tiene unas determinadas características genéticas, físicas, de personalidad, familiares y sociales, que denominaremos predisponentes. Como su nombre indica, favorecen la posible aparición de un TCA. Se encuentran desde el inicio de la vida y hacen al individuo más vulnerable al trastorno. Pueden ser sobrepeso, baja autoestima, inseguridad e introversión, obesidad y perfeccionismo, prejuicios sociales respecto a la obesidad, malos hábitos alimenticios en la familia y la presión familiar por la figura.
Precipitantes
Además de estos predisponentes, es necesario que tengan lugar uno o varios sucesos para que el trastorno se desencadene. Estos son los llamados factores precipitantes. Son estresores de la vida de muy diversa índole: cambio de vivienda, comentarios negativos sobre la figura, insatisfacción general con uno mismo o el propio estrés. También pueden ser factores precipitantes una ruptura sentimental, la pérdida de un ser querido y, sobre todo, el inicio de una dieta. Un ejemplo para entender el efecto de estos precipitantes sería verlos como la gota que derrama ese vaso lleno de características predisponentes.
Mantenedores
Son los que prolongan la evolución del trastorno, una vez se ha desencadenado el proceso. Por ejemplo, una alimentación incorrecta que genera desnutrición, refuerza la imagen corporal negativa y provoca fluctuación de los estados del ánimo, ansiedad, depresión o irascibilidad, entre otros.
Como se puede ver —y se describe mucho más
detalladamente en el libro de Irene Alonso Vaquerizo— nada sucede por
casualidad. La buena noticia es que si se dispone de la debida información
estos trastornos son previsibles y, en esa misma medida, evitables. De nuestra
voluntad por erradicarlos depende su desaparición.
Os recomendamos que podéis adquirir el libro Ana y Mia no quieren ser princesas. La cara oculta de los trastornos alimentarios sin gastos de envío en la web de Meridiano Editorial, pinchando aquí.
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