Este es el título del primer capítulo del
libro de Javier Costas, Tranquilos, que yo controlo. Merece la pena leerlo y
tenerlo bien presente siempre, porque en el caso de la conducción tener una
actitud adecuada es absolutamente decisivo.
Extractamos a continuación algunos textos de
ese primer capítulo:
«Digamos
que hay dos tipos de conductores: los que conducen porque les gusta y los que
lo hacen solo porque tienen que hacerlo. Ambos tipos estamos condenados a
compartir la carretera y la calle, por lo que nos tenemos que tomar esto de
conducir con un mínimo de seriedad. Hay muchas cosas en la vida que se hacen
por necesidad, pero que hay que hacer bien aunque no sea algo apasionante a
priori. Parafraseo a Miquel Bort, un experto en seguridad vial: conducir es
como trabajar.
Un buen
conductor no es solo el que es capaz de llevar la máquina bien, sino el que es
capaz de conducirse a sí mismo. Eso implica tener una actitud de respeto por
los demás, respeto por uno mismo, respeto por la máquina que se conduce y
respeto por la vía por la que se transita. En ningún caso hay que conducir con
miedo, se trata de conducir con respeto. El miedo a conducir se llama
amaxofobia y hay formas de superarlo con ayuda profesional.
Todos
conocemos a algún conductor miedoso, en ambos géneros. No les gusta conducir ni
les gustan los coches y cuando se ponen al volante es por necesidad. Si tienen
que ir de copilotos no van a discutir; es más, lo van a preferir. Si tienen que
ir a algún lugar medianamente lejano, seguramente se decanten por el autobús,
el tren o incluso el avión. Por muy prudentes que sean al volante, en cierto
modo son un peligro y lo más fácil es que no lo sepan. Las reacciones de los
conductores miedosos son imprevisibles, incluso para ellos mismos. Creerán que
con circular despacito y con cuidado es suficiente. Se equivocan; prudencia y
velocidad no van siempre de la mano (...).
(...)
¿Quién te conoce más en esta vida? La respuesta evidente debería ser: “yo”. Ese
conocimiento te debería servir para saber cuándo estás en condiciones de
conducir y cuándo no. Hay muchas cosas que pueden alterar el correcto
equilibrio de uno mismo. No hace falta haberse tomado cuatro cubatas; basta una
discusión acalorada con una persona, tener un agobio emocional o tener la
autoestima por los suelos para ser más peligroso de lo normal (...).
(...) Si
alguna persona te dice que puede conducir sin que le afecten las emociones, o
es un cíborg o miente. Hasta el conductor más profesional del mundo no es un
autómata sin sentimientos. Para bien o para mal, somos sensibles a las
emociones y el acto de la conducción está sujeto a unas cuantas. Recomiendo
encarecidamente que veas el dibujo clásico de Disney «Motor Mania» de 1950, en
el que Goofy nos explica un concepto muy cotidiano y que no ha perdido
vigencia: todos los conductores tenemos rasgos bipolares. Hasta el señor más
amable, educado y templado puede convertirse en un completo imbécil cuando se
pone a conducir (…).
(…) No
quiero ser el mayor hipócrita del reino, tengo que admitir que me he picado y
más de una vez. A toro pasado todos somos Manolete y en frío se acaba
concluyendo que fue una estupidez. No me siento orgulloso de ello. Otras veces
he sido capaz de pasar del tema y permitir al ofensor que ponga tierra de por
medio y si quisiera matarse que lo hiciera sin mi colaboración. Otras veces he
sido yo el ofensor y más de uno ha echado pestes de mis ancestros. También soy
humano, he hecho tonterías, me he equivocado y he tenido amagos de protagonizar
más de un FAIL, pero he procurado quedarme con una moraleja siempre (...)
(...)
Cuando uno está a lo que tiene que estar, puede no solamente recibir todos los
estímulos sino hacer previsiones. El ser unos aprendices de adivinos puede
evitarnos muchísimos sustos. Es evidente que no podremos hacer eso si
conducimos con miedo —no confundir con ser prudentes— ni si estamos pensando en
las musarañas. Todos los sentidos tienen que estar implicados en el acto de
conducir. El que no esté de acuerdo, que se espere unos años y se compre un
coche autónomo, hará un favor a la sociedad.
Todo
puede cambiar en un instante. Puede sonar a fórmula viejuna y pasada de moda,
pero lo cierto es que no ha perdido vigencia en ningún momento. ¿Nunca te ha
pasado que confiabas en que todo iba a ocurrir de una forma y ha ocurrido un
imprevisto, algo que no habías barajado? Puede ser un animal en la calzada,
pisar una mancha de aceite en plena curva, un fallo mecánico, un anuncio de
lencería... Cuanto menos dejemos que el factor suerte influya en la conducción,
mejor para todos».
Os recomendamos que podéis adquirir el libro Tranquilos, que yo controlo. Manual de conducción para gente de bien sin gastos de envío en la web de Meridiano Editorial, pinchando aquí.
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